jueves, junio 29, 2006

Dedicado a la barbarie

Le agradezco nuevamente a María de La Barbarie que me haya citado. En estas horas de vigilia y abstinencia de pelota, su comentario me trajo el recuerdo de mis tempranas lecturas de Lucio V. Mansilla, tales como el relato "Los siete platos de arroz con leche" donde Don Lucio daba una visión familiar y cotidiana de Juan Manuel de Rosas, de quien era sobrino. Como quien no quiere la cosa me puse a buscar links sobre Mansilla, y me encontré con este artículo de la investigadora María Rosa Lojo, llamado..."Los hermanos Mansilla: género, nación, barbaries"!.

No hay caso, el ilustre filósofo vernáculo Francisco Ibáñez muestra su vigencia a cada momento: todo tiene que ver con todo. En ese artículo la autora habla no sólo de Don Lucio sino de su aún más olvidada hermana Eduarda (qué feo que suena, hermana Eduarda), que fue escritora y según parece una mujer bastante especial para su época. Y los dos se le animaban a discutirle a Sarmiento, en términos de una lucidez notable. Parece que la dicotomía Civilización o Barbarie ya era bastante criticada en vida de su autor, mucho antes de que Don Arturo Jauretche la denunciara como la madre de todas las zonceras argentinas. Invito a leer el artículo, que para mí no tiene desperdicio. Transcribo estos dos párrafos:

"- Por fin, podemos decir que la gran audacia de Eduarda, como mujer que escribe una novela en francés (y en primer lugar, para franceses) consiste en señalar que los europeos también han sido bárbaros, hasta extremos jamás alcanzados por los gauchos vernáculos (“Les annales de l’ancien monde nous montrent à chaque instant exemples bien plus terribles”), y que lo son todavía (“On se bat chez nous, c´est vrai; en Europe on se bat aussi, et, ici comme là bas, on voit toujours aux prises les deux courants qui agitent les mondes...Lumière et ombre”). En definitiva —señala— los numerosos inmigrantes europeos llegan al país huyendo de males que en Argentina se desconocen. Los dos: Eduarda y Lucio, se esforzarán por demostrar que, desde la hipercultura, se puede comprender la “barbarie”, hasta identificarse parcialmente con ella (Lucio, que juega a ser indio), y desmitificarla, disolviendo los estereotipos condenatorios del “ilustrado”. Llama la atención, en Eduarda, el tono claramente admonitorio, casi de reproche: “Pour eux, nous seront toujours des sauvages. Il est temps qu’ils apprennent à nous juger autrement.” La nación, en fin, para los Mansilla, no puede construirse legítimamente sin el concurso de los ‘bárbaros’, los ‘subalternos’ y los ‘oprimidos’ (de etnia, de clase, y de género, en el caso de Eduarda), que la ‘barbarie de la civilización’ preferiría aniquilar, reemplazar, o relegar a un ámbito de confinamiento “controlable”. Sólo un lento y necesario proceso transformador no violento podría eliminar la ‘barbarie’ como miseria física y simbólica, convirtiendo a los excluidos en ciudadanas y ciudadanos dotados de derechos, y en seres humanos plenos."

(...)"Los hermanos Mansilla representan acaso, en el mapa de nuestro siglo XIX, no sólo una mirada diferente sino el modelo posible de una Argentina ‘que no fue’: una nación capaz de integrar lo arcaico y lo moderno, lo criollo y lo europeo, lo indígena y lo hispánico. Una nación donde los marginados y excluidos: las clases populares, las minorías étnicas, y —traspasando verticalmente los estamentos sociales— las mujeres en general, podrían aspirar a un lugar propio, y evitar la aniquilación física (gauchos e indios) o la desintegración espiritual (las “madres” de Eduarda, condenadas a la locura cuando el poder les quita sus hijos esto es: la única razón que las legitima). Mientras otros saludan, exultantes, al Progreso, los Mansilla nos recuerdan que hay dos ‘barbaries’: la de quienes, desde una mirada eurocéntrica, son juzgados como ‘primitivos’ e ‘inferiores’, y la barbarie, mucho peor, de la misma civilización."

miércoles, junio 28, 2006

Un día de junio

Sí, uno de tantos días de junio con resonancias nefastas, hace hoy cuarenta años. Un día en que el país vio con indiferencia o complacencia cómo una vez más se arrasaba con las instituciones. Por supuesto que no se vivía en democracia plena, todavía existían las proscripciones políticas, pero hoy día caben pocas dudas de que el 28 de junio de 1966 el país tomó el peor de los caminos para resolver sus problemas. Un país que era increíblemente menos injusto y desigual que el de hoy. Queda para la fantasía histórica imaginar un tránsito pacífico a una democracia libre de proscripciones, que podría haberse dado si una facción uniformada imbuida de delirios de grandeza y adoctrinada por personajes nefastos como Mariano Grondona, no hubiera cometido ese acto de sedición. Como contraste, cada vez más agigantada por el tiempo y las desdichas de los años que siguieron, queda la limpia figura de Arturo Umberto Illia. Que quizás haya ayudado para iluminar el retorno a la democracia en 1983 y para que la sociedad haya aprendido a valorar el estado de Derecho.

Hoy leyendo esta nota de Luis Bruschtein en la contratapa de Página/12 me volvieron los recuerdos de esa época. Yo estaba recién entrando en la adolescencia, pero como alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires pude sentir la irrupción del autoritarismo. Tras la intervención de la Universidad y la Noche de los Bastones Largos renunciaron varios profesores, entre ellos recuerdo a Félix Weinberg quien nos dirigió a sus alumnos unas palabras que fueron una de mis primeras lecciones de ética e integridad. Años después, al igual que Luis pasé por la Facultad de Ciencias Exactas, pero ya no era un ámbito de libertad académica y brillantez científica sino un lugar oscuro donde proliferaban los autoritarios y los mediocres. Porque me toca tan de cerca, aquí va la nota de Luis.

Todos contra Illia

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Por Luis Bruschtein

Tenía 16 años y cursaba el último año del bachillerato al mismo tiempo que el dificilísimo ingreso a Ciencias Exactas. Todo era emocionante. Me deslumbraba el juego de la inteligencia en las clases de la Facultad, las discusiones políticas y las asambleas que se entremezclaban con las matemáticas y el curso destellante del pensamiento científico.

No entendía ni jota de política pero me encantaba la actitud de pensarla con la misma libertad y el mismo desafío con el que encaraba un teorema o el estudio del aparato reproductivo de las arañas. Las preguntas de los docentes eran desafiantes, transgresoras, desestructuraban cualquier respuesta memorizada o de cajón, no solamente había que saber, había que entender y después aprovechar esas herramientas para afrontar una situación teórica que casi siempre tenía poca relación con el tema de la clase en sí. Y entre tanto, en el aula magna había una asamblea con los cañeros de Tucumán o sobre la reunión de la OLAS que se había efectuado en Cuba.

No lo sabía en ese momento, pero estaba viviendo los últimos días de esa Universidad, el momento más brillante de la universidad argentina y del proyecto de la reforma, que tenía en Exactas un exponente emblemático. Era de las facultades más politizadas y al mismo tiempo de altísimo nivel académico, comparable, incluso, con las mejores del mundo.

Con ese candor, me esforzaba por hacerme tiempo para participar en las asambleas, en las marchas y aprovechar todas las puertas que me abría ese mundo fascinante. Para esa época, poco antes del golpe contra el presidente Arturo Illia, se producían grandes movilizaciones para pedir aumento del presupuesto universitario. En los actos participaba también el rector, que provenía del humanismo social cristiano. El peso de esta corriente obligaba a alianzas de comunistas, radicales, socialistas y de la izquierda independiente en el movimiento estudiantil.

Las movilizaciones eran masivas y casi siempre terminaban en choques con la Guardia de Infantería, gases y detenidos. Las consignas eran durísimas (un poco tontas si se las compara con las actuales) contra el gobierno, le pegaban a Illia por “tortuga” e ineficiente, y a los legisladores por no aprobar el aumento de presupuesto: “diputados, senadores, manga de traidores”, “zapallo, verdura, Illia a la basura”. Siempre me arrepentí del ardor adolescente con que canté esas consignas pocos días antes del golpe del general Juan Carlos Onganía.

Las movilizaciones de la izquierda universitaria coincidían con la seguidilla de conflictos sindicales que promovía el vandorismo desde la derecha peronista, que conspiraba con un grupo de militares. Los estudiantes contribuían así a la creación de ese clima caótico y desestabilizante. Todo era bastante confuso. Porque en realidad Illia había ganado las elecciones con sólo el 22 por ciento del padrón, ya que el peronismo estaba proscripto. Los trabajadores se sentían excluidos de ese gobierno, no había nada que los identificara con él. El vandorismo podía operar en esa confusión y llevar agua al molino de un golpe militar reaccionario.

Pese a las protestas, la mayoría de las veces amplificadas por los medios que también conspiraban, Illia no era un presidente detestado. Era un gobierno tibiamente progresista en un país tutelado por un partido militar de ultraderecha y con el peronismo proscripto. Su destino estaba anunciado. Para hacer política en aquellos años había que tener contactos con algún general. Era importante saber quiénes eran los jefes de los cuerpos de Ejército, dónde estaban los generales con más peso y poder de fuego o de mayor prestigio entre sus camaradas. Los diarios hacían estos análisis militares abiertamente, peronistas, radicales, comunistas, socialistas, conservadores, desarrollistas y liberales tenían reuniones periódicas con militares y eso pesaba después en sus internas.

En consecuencia, la idea de no hacer nada que molestara al “partido militar”, y hasta del golpe, era parte intrínseca del pensamiento políticode la inmensa mayoría de los dirigentes democráticos. No los había votado nadie, pero los militares eran los que decidían en un sistema de democracia tutelada que en realidad era poco democrático. Era muy difícil pensar una forma de democracia distinta, sin los militares interviniendo en todo. Cuando se hablaba de democracia, se hablaba de eso y a todo el mundo le parecía normal. Por esa razón, cuando fue el golpe, prácticamente nadie salió a la calle a defender a un presidente que había sido, con sus limitaciones, el más democrático de aquellos días.

Con la inocencia de los 16 años, imaginé que habría mucha gente en la calle para protestar contra los golpistas. Fue una desilusión dolorosa ver la forma humillante con que el presidente Illia era sacado de la Casa Rosada, en soledad, sin necesidad de grandes despliegues militares. Sólo un pequeño grupo de radicales indignados se aglutinó en la puerta y ni siquiera tuvieron que reprimirlos. Recuerdo la tristeza y la impotencia que sentí. El movimiento estudiantil y la izquierda tampoco reaccionaron hasta más tarde. Y Perón, desde Madrid, decía que “había que desmontar hasta que aclare”. A nadie se le ocurría decir que la caída de Illia significaba un golpe a la democracia y actuar en consecuencia. Todos preferían esperar a ver lo que hacían los golpistas.

El vandorismo y la cúpula sindical apoyaron inmediatamente a Onganía. Y a Balbín, que representaba a la gran mayoría de los radicales, se le atribuyen frases como “mejor que haya sido así, porque este gobierno se iba a hundir arrastrando al partido”. En todo caso, actuó como si lo hubiera dicho. El balbinismo era una de las fuerzas políticas que tenía contactos más fluidos con los militares.

Un mes después del golpe fue La Noche de los Bastones Largos en Exactas, el fin de una época brillante de la Universidad. Los profesores fueron perseguidos y desplazados por motivos ideológicos, los curas exorcizaron a los demonios comunistas de sus aulas, el 70 por ciento de los docentes de la Facultad, entre los que había científicos de primer nivel, emigró al exterior. La enseñanza universitaria volvió a la mediocridad escolástica de la secundaria. Algunos meses después, sectores del peronismo, del radicalismo y de otras fuerzas políticas ya habían colocado ministros y funcionarios en el gobierno de la dictadura. En lo personal, como adolescente, los militares habían destruido el primer proyecto de vida que me había apasionado.

Luz y sombra de la Corte

Estoy persuadido (diría Alfonso) de que la renovación de la Corte Suprema de Justicia es uno de los mayores logros del actual gobierno. No sólo por la calidad de los nuevos integrantes, sino también por los procedimientos seguidos para su nombramiento. Creo que fue un enorme paso adelante en la larga tarea de reconstruir la calidad y la credibilidad de las instituciones (aunque no veo que luego se haya continuado con el mismo impulso en la renovación y mejoramiento del grueso del Poder Judicial).

A diferencia de su impresentable versión de la década del '90, la Corte actual está dando numerosas muestras de independencia. Valga como ejemplo su fallo de la semana pasada en el que ordena tomar medidas para el saneamiento del Riachuelo, a la Nación, la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires, y emplaza a 44 empresas contaminadoras, entre ellas Repsol YPF, Shell, Eg3, Danone y Molinos. Si con esto se logra aún en una mínima medida que entes públicos y privados empiecen a cumplir las leyes, vamos por buen camino.

Lamentablemente no todas son flores. Hace poco me enteré de un fallo condenatorio contra Tomás Sanz, que confirma una sentencia de la corte lacaya del menemato. Y el nombre de Tomás Sanz me recuerda la resistencia a la dictadura que se ejerció desde las páginas de la revista Humo(R), con nombres tan queridos como los del Negro Dolina, el Gordo Soriano o el Jorjón Sabato. No conozco un pomo de los vericuetos leguleyos sobre los que se puede haber basado ese fallo, pero desde aquí le hago llegar mi solidaridad a Tomás Sanz. Y por si hace falta decir algo más, acá está lo que escribió Juan Sasturain al respecto.

Tomás/Tomases

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Por Juan Sasturain

Yo conozco y sé bien de cuatro o cinco Tomás o Tomases. Los dos santos del santoral –con el utópico Thomas More, tres–, algunos Tomases privados, un Tomás Eloy muy re-conocido por todos y un Tomás Sanz, el más cercano y el que esta vez viene al caso. El caso judicial que lo involucra, precisa, increíblemente, a tantos años vista (supongo que se dice así, en estos casos) y lo coloca en principio ante una condena que cómo se puede calificar: digamos, para no meter la pata leguleya, “disparatada”. Porque no se trata de cualquiera sino de Tomás Sanz, un periodista, un escritor, un humorista, un dibujante, un futbolero y un amigo de casi treinta años de recorrido no precisamente por el lateral sino por el medio, por el corazón de la cancha compartida. De ese Tomás cabe hacer –yo la hago, uno, por muchos que podrían firmarla– la innecesaria apología.

Pero antes, los sucintos hechos.

La cuestión en la que está envuelto y enredado nuestro Tomás Sanz es –si no fuera tan doméstica– calificable de absolutamente filipina. Es así: hace un tiempo, según me enteré por los diarios y gloso ahora en este informe, la Corte Suprema de Justicia convalidó la condena que el máximo tribunal, con su nefasta composición anterior, le había dictado a Tomás en 1998 en su carácter de “ex director de la revista Humo(R)”. La condena era de un mes de prisión en suspenso, a pesar de que –y ahí viene la cosa– se comprobó que por entonces, en 1998, había vencido el plazo para dictar el fallo.

¿De qué se trataba? Los hechos se remontan a 1991, cuando Humo(R) publicó una nota sobre corrupción en la que se afirmaba que el entonces senador Eduardo Menem tenía un depósito en el banco uruguayo Pan de Azúcar. Humo(R) citó la fuente de la información –el semanario uruguayo Brecha–, con lo cual confirmó la doctrina de la propia Corte, que dice que un medio no carga con la responsabilidad de lo dicho si cita expresamente a la fuente de la información. Pero eso no es todo, se verá.

Porque en ese fallo de 1998 hubo dos problemas. El primero, que la Corte de ese entonces –integrada por una mayoría cercana al gobierno menemista– había establecido una doctrina restrictiva para la libertad de prensa, una cuestión que fue planteado en su momento por Horacio Verbitsky ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El segundo problema es que esa Corte, cuando dictó el fallo de condena en 1998 por un hecho de 1991, había dejado vencer el plazo que tiene el Estado para juzgar a una persona (se llama “plazo de prescripción”) y, a pesar de eso, impuso su sentencia. Es clave recordar estas dos cuestiones.

En aquel momento, nuestro Tomás Sanz, con el patrocinio del penalista Ricardo Gil Lavedra, obtuvo que un juez de primera instancia reconociera que la Corte impuso la condena más allá del límite de tiempo que tiene para hacerlo, y sobreseyó a Sanz. Pero el pertinaz Eduardo Menem apeló y la Cámara del Crimen rechazó el argumento de Sanz. Ahora, la Corte Suprema, con la nueva integración, confirmó el fallo de la Cámara del Crimen. Es por lo menos, curioso: la Corte, con distintos argumentos, termina ahora por admitir la posibilidad de que la acción referida para condenar a Sanz (1991) había prescripto (1998). Pero mantiene en pie la decisión (la condena). Firman la sentencia Enrique Petracchi, presidente del alto tribunal; Elena Highton, Carlos Fayt y Carmen Argibay.

Es decir, en criollo: la mayoría del tribunal, sin revisar si efectivamente se había vencido el plazo o no que tenían sus antecesores en el cargo para pronunciarse, sostuvo un argumento circular: como aquella Corte no se pronunció al respecto y sí condenó a Sanz, es porque entendió que la causa no había prescripto. Cada ministro expuso sus propios argumentos al respecto. En disidencia votaron Juan Carlos Maqueda, Ricardo Lorenzetti y Raúl Zaffaroni, quienes sostuvieron que la Corte en su momento (1998) debería haber declarado la prescripción, porque legalmente no puede dejar de hacerlo. En fin... Yo no sé nada de leyes, sé un poco y lo creo suficiente de (los) Menem y sé mucho de Tomases, como ya dije. Me voy a referir sólo a ellos.

Los del santoral, los Tomás/Tomases santos, son personajes emblemáticos y no necesitan quién los apadrine, vienen con el salvoconducto puesto. El que aparece en el Evangelio es humanísimo, tan cercano que conmueve; ese pobre Tomás es el discípulo que, ante la noticia de que Jesús había resucitado duda, dice que necesita “ver para creer” que ése que había visto crucificado estaba vivo. Llegado el momento, el Redentor no se la haría fácil: no sólo (se) le mostró sino que lo hizo tocar sus heridas, meter el dedo... Benditos –dijo El, digo yo– los que no necesitan de semejante demostración para creer. Benditos, por afortunados, los que no necesitan ir a la Corte para que les crea.

El otro Tomás, el de Aquino, el “doctor angélico”, el de la Summa Teológica, el que inventó vía Aristóteles la ortodoxia sin saberlo, el estudioso fraile al que debemos el adjetivo “tomista”, una excelente biografía que le dedicó Chesterton y una tesis doctoral de Umberto Eco, nos resulta menos cercano que el otro. Este Tomás, a la inversa del otro, mucho después y desde la Iglesia establecida y dueña de casa y del Poder, no fue el encargado de establecer el dogma sino que se impuso lo imposible: desarrollar los fundamentos racionales de la fe, el aparato filosófico que hace necesario un amoroso Creador, la Caída y explica la Redención. Nada menos.

Se confundieron de Tomás. Al nuestro, a Tomás Sanz, lo demandan como si se hubiera propuesto ser el tratadista de Aquino, portador de una verdad trascendente, mientras lo psicopatean por su desconfianza, como si fuera un Cristo el presunto damnificado de sus dichos... Paremos ahí.

Repito, uno: yo no sé nada de leyes pero algo sé de la Corte de los noventa y de la de ahora, que por algo es otra y surgió por la necesidad de enmendar los desaguisados y procedimientos por lo menos sospechosos de la otra. ¿No es éste un caso? Repito, dos: yo sé algo de (los) Menem y nunca haría cuentas ni sacaría cuentas ni tendría cuentas con. Lo que sí, lo que hizo Tomás: les pediría cuentas de lo hecho y de lo juntado ¿Usted, lector, no lo haría? ¿No lo hizo todavía?

Repito, tres: sin ninguna vocación corporativa –entre los periodistas, es obvio, hay de todo– sé, sabemos todos qué clase de persona/gente es el buenazo de Tomás Sanz. Buenazo pero no boludo, claro. Un tipo talentoso, de un humor entre melancólico y feroz y, sobre todo, de (nada solemnes) convicciones, que siempre escribió dónde y sólo lo que quería y creía. Un tipo que desde comienzos de los setenta en la primera Satiricón y sobre todo en el inicio, el desarrollo y hasta el final de Humo(R) fue –más allá de cualquier diferencia con la conducción editorial o la línea de la revista que hizo época– una referencia inevitable, el jefe de redacción ideal para todos nosotros. Me animo, y que me desmientan: Fabregat, Dolina, Fontanarrosa, Paredero, Ceo, Meiji, Grondona White, Tabaré, Rep, Altuna, Trillo, Feinmann, Martini y me como a tantos más... Siguen las firmas de los cientos que pasamos por ahí en dos décadas.

Tomás Sanz –el mismo que regala humor e inteligencia hoy, hace diferencia desde las columnas de Olé– fue, es y será siempre un lujo como humorista veloz e inteligente, como amigo cabal y periodista honesto. No creo que sea poco en estos tiempos de malaria espiritual, si me permiten.

Así que, por favor, señores jueces de la Corte, con toda sinceridad. Fíjense lo que hacen.

viernes, junio 23, 2006

Por qué no me gusta

Qué rápido envejecen las noticias con el Mundial, ¿no? Qué lejano parece hoy el 6-0 a SyM, casi olvidado ya el partido con Holanda, mañana esperamos brindar con unos tequilas. Mientras tanto, aprovecho este rato de vigilia para segregar algo de bilis.

En algunas participaciones que aporto en blogs amigos suelo tirarle algunos proyectiles al diario de los descendientes de don Bartolo, al que otros colegas llaman La Patria o la Platea de Doctrina. Y no, no le tengo demasiado aprecio. Como no se lo tengo a sus principales espadas ni tampoco a la mayoría de las segundonas. Una entrada de Artemio López en su blog referida al juicio que se le sigue a un torturador, y en homenaje a Alfredo Bravo, me disparó la necesidad de poner algo aquí. Tenía ganas de escribir una crítica demoledora y destructiva, poco acorde con el espíritu de conciliación por el que tanto brega ese vetusto medio. Pero como suele ocurrir, alguien ya la había escrito por mí, la descubrí gracias al colega MundoPerverso. Quizás el tono del autor sea algo menos mesurado que el que yo prefiero, pero igual me expresa perfectamente, y ahí va.


A Propósito de Mariano Grondona y otras estrellas de la Tribuna de Doctrina
Por Hugo Presman*

Mariano Grondona en su larga trayectoria periodística no ha dejado error por cometer ni maniqueísmo sin acometer. Infalible en sus pronósticos equivocados, recurre habitualmente a los griegos y al traducirlos los adultera en castellano. El político y analista peronista Julio Bárbaro afirmó en una ocasión: "Grondona no añora de Atenas a Platón sino la esclavitud".

Eterno genuflexo del poder, sólo pasa a ser opositor si un gobierno tiene características populares o lejanas amenazas de populismo, o un posicionamiento oportunista a la espera de tiempos más propicios. Didáctico profesor universitario es un hábil acróbata que siempre aterriza sobre el campo firme del poder económico. Una síntesis de ese pensamiento lo reflejó con la invasión de EEUU a Irak. Dijo entonces: "Hay que estar del lado de los ganadores. España, que es aliada de Estados Unidos, por participar de la guerra, seguramente va a ganar cantidad de licitaciones para la reconstrucción de Irak, y nosotros, nada, por no apoyar a George Bush."

Nacionalista de escarapela, liberal colonial, posó de izquierdista en una trágica época económica en que la sociedad se desplazó masivamente hacia la derecha. Lavó sus complicidades con la dictadura criminal perpetradas con su nombre y a través de un seudónimo ignominioso (Guicciardini), haciendo en su propio programa una autocrítica por televisión. Dijo, en un tono conmovido, que a los liberales les importó más la flotación del dólar que la flotación de cadáveres en el Río de la Plata.

Comando civil, antiperonista pertinaz, su pensamiento lo refleja la periodista Graciela Mochkofsky en la página 79 de su biografía de Jacobo Timerman: "Los peronistas, para la visión del establishment que representaba Mariano Grondona, eran seres ignorantes y manipulables a los que había que domesticar para devolverlos a su estadio anterior a 1945". Cuarenta y tres años mas tarde, su intemperancia se vuelca hacia los piqueteros, manifestando una coherencia irreprochable: "Pero esta contradicción del gobierno frente a este desafío de los piqueteros no le es enteramente imputable porque responde a una contradicción más profunda que late en el seno de la sociedad. La verdad es que los argentinos rechazamos y toleramos al mismo tiempo la ofensiva de los piqueteros. Se impone bajar hasta los sótanos de nuestro inconsciente colectivo para comprender la confusión de conceptos que nos envuelve. Quizás lo primero que nos pasa es que nos hemos quedado sin una idea clara sobre que cosa es la represión. ...¿Pero qué hacen por su parte los automovilistas y los transeúntes ante estas perturbaciones? En vez de protestar activamente contra los manifestantes, los dejan pasar mansamente. La pasividad no sólo policial sino también ciudadana frente a los piquetes es sólo explicable como la expresión de un profundo sentimiento de culpa entre los argentinos." La Nación 30-11-2003.

Si a los cabecitas negras había que domesticar, a los piqueteros que las políticas liberales excluyeron, el lector de los griegos incita a los automovilistas a que reaccionen. Ya había dicho en una oportunidad, página 80 del libro citado: "Ninguna democracia ha sido fundada sobre otro cimiento que la violencia."

Belicista activo, sostenía en los años de plomo: "Si la lucha por el poder mundial ha escogido a la Argentina como escenario privilegiado, ya no es posible pensar el tercermundismo como una actitud contemplativa, especulativa, que lleva a mantenerse al margen de la lucha entre los colosos y a extraerle ventajas para el interés nacional. Ahora la lucha está aquí." Cuando arribó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en septiembre de 1979 escribió: "...Por creer que el derecho a la seguridad es un derecho humano que el Estado debe proteger, los argentinos recibimos hoy la visita de la CIDH. Esto es lo malo. Que están aquí porque somos derechos y humanos." El Cronista Comercial, septiembre de 1979.

Biólogo frustrado, intentó anticiparse a los avances genéticos y convertir a Onganía en De Gaulle. Pero la manipulación política terminó engendrando un monstruo. Textualmente dijo: "Rodolfo Martínez y yo concebimos la ilusión de hacer de Onganía un De Gaulle y nos salió Franco... Empezó a pensar tarde como Bernardo Neustadt, no se puede empezar a pensar a los cincuenta años."

Sostuvo la necesidad de la tortura, apoyó el terrorismo de Estado, pidió sacar los tanques a la calle para reprimir en la hiperinflación, se manifestó entusiasmado con Carlos Menem, incluso en su postulación para las elecciones del 27 de abril del 2003. Su oportunismo no le permitió prever el triunfo de Néstor Kirchner, cuya política confrontativa le altera los nervios, aunque intenta desesperadamente congraciarse. Así en Noticias del 14-02-2004 sostiene: "La economía de Kirchner me da esperanzas". Para blanquearse ha contratado para su "Hora Clave" a Héctor Timerman, muy allegado al Presidente. Alguna vez, su padre Jacobo Timerman dijo: "La presencia de los periodistas Bernardo Neustadt y Mariano Grondona en la televisión es grave: que esos dos periodistas hablen de política en éste país, al que ellos envenenaron de fascismo es extremadamente peligroso" (Página 442 de Timerman El Periodista que quiso ser parte del poder, de Graciela Mochkofsky).

Su repulsión ante actitudes que no acepten acatamientos incondicionales ante los poderosos viene de lejos. Durante el gobierno de Arturo Íllia escribió: "La idea de que gobernar es embestir y atacar a los grupos de presión nacionales e internacionales tiene que cesar".

Que se doble y se rompa pero parado y atildado

Se enternece ante la pobreza pasiva que fomentó, mientras es capaz de bajar entusiastamente de su escritorio profesoral y revolcarse en la inmundicia por medio punto de rating. Cree que la equidistancia es sentar en un pie de igualdad al asesino y sus víctimas. Así hizo confrontar a Alfredo Bravo con Miguel Etchecolatz, mientras le daba treinta minutos sin interrupción al ex Almirante Massera. Hace tres décadas proclamó a José López Rega como el "hombre del año". Su análisis no abrevaba en Platon o Aristóteles, sino en lo que Hipólito Yrigoyen calificaba como "patéticas miserabilidades". Dijo entonces en su revista "Carta Política", en 1974: "López Rega ha promovido o facilitado una serie de desenvolvimientos que se aprueban en voz baja y se critican en voz alta. La firmeza ante la guerrilla, la desideologización del peronismo, la recuperación de la Universidad, pasan por el discutido Ministro-Secretario. De la estirpe de los Ottalagano y los Lacabanne, López Rega es de esos luchadores que recogen por lo general la ingratitud del sistema que protegen. De este material está hecha la política...Hay hombres cuyo destino es hacer la tarea. Otros tienen la vocación de coronarla...

López Rega cumple al lado de la presidenta el papel de meter la mano en tareas antipáticas, haciendo de pararrayos de la crítica. Sería por lo menos arriesgado prescindir, hoy, de este servicio...López Rega ha contribuido como actor y como blanco alternativo a apuntalar el poder de la presidenta. Los tutores que no son árboles, ayudan a los árboles a crecer". Las tareas antipáticas es un eufemismo grondoniano que significaba la existencia de bandas paraestatales que asesinaban a mansalva.

Pero el pensador liberal recorre todos los géneros literarios en su análisis de la realidad. El 15 de julio del 2001, en La Nación ingresaba en el realismo mágico y sostenía: "la Argentina (está) debatiéndose entre la nostalgia del país socialista que fue de 1945 a 1989 y el proyecto de país capitalista que insinuó desde 1991.....En 1989 los argentinos padecimos, con Alfonsín, la hecatombe final del socialismo que habíamos heredado del peronismo inicial. Pero los peronistas, porque son desprejuiciados y pragmáticos, sustituyeron oportunamente al Perón socialista con el Menem capitalista". Diecinueve meses después, en la revista Noticias del 14 de febrero del 2004 dice: "Pero a veces se incurre en populismo porque es la reacción ante modelos presuntamente capitalistas como el de Menem que, en realidad, fue semi capitalista; pseudo capitalistas, porque no tenían contención social y porque tenía un índice de corrupción intolerable".

Pero el escriba no necesita dos años para contradecirse, a veces le bastan dos semanas, o algunos minutos. El 29 de julio del 2001, el columnista insiste con una tenacidad contradictoria digna de mejor causa: "En 1945, precisamente cuando las democracias capitalistas occidentales habían derrotado al fascismo en la Segunda Guerra Mundial, la Argentina, después de haber tenido gobiernos germanófilos en el transcurso de aquélla, se desvió otra vez del camino occidental al albergar un sistema corporativo y autoritario, esto es, una copia más o menos vernácula del sistema que acababa de sucumbir". El profesor en quince días califica al peronismo de socialismo y luego de nazismo, como si fueran equivalentes, no siendo en realidad ni lo uno ni lo otro, y no explica cómo el alineamiento incondicional con EEUU, a través de las "relaciones carnales" nos ha llevado a la cesación de pagos. Para aumentar el desconcierto una extensa nota del mismo autor en la revista "Noticias" del 27 de julio de 2001 dice: "Acá se cree que, a los que decimos que la Argentina está en un mundo capitalista y es capitalista, nos gusta. A mí al menos no me gusta. Como todo argentino, a mí me gustaba la Argentina peronista, todos poseíamos recursos, se generaban inversiones y florecía el trabajo, era maravilloso. Pero eso ya fue." Entonces, ¿por qué fue comando civil en 1955? Evidentemente el pensador liberal es acomodaticio hasta la irritación, capaz de instrumentar su presunta erudición para retorcer y falsear las realidades más evidentes. Por si fuera poco lo ya expuesto, el 24 de octubre del 2001, en una mesa redonda post-elecciones, en canal 9, sostuvo, sin que se le moviera un sólo músculo de su rostro, lo contrario de lo que sabe todo estudiante de primer año de economía: John Maynard Keynes encontró una salida para recuperar al capitalismo de la crisis de 1929. Para el liberal a la argentina, a Keynes sólo puede acudirse en las épocas de prosperidad.

Coherente en su reaccionarismo profundo, contradictorio hasta lo increíble en sus argumentaciones, distantes en años luz de los filósofos griegos, reemplazó con el tiempo a Platón por el postmoderno filósofo rating. Pero faltaba que el columnista estrella de "La Nación", incursionara en la literatura de autoayuda. Parafraseando a Groucho Marx se podría decir que la producción literaria de autoayuda es a la literatura lo que la música militar es a la música.

De Aristóteles a Víctor Sueiro

Insólitamente, el columnista usó su espacio de La Nación del 8-02-2004 para relatar un problema de salud. Apartándose de la presunta lógica cartesiana en la que dice fue formado dice: "Este dilema me acompañó desde el momento en que la insondable voluntad de Dios y la extraordinaria habilidad de mis médicos me reabrieron las ventanas de la vida hace veinte días, después de una cuádruple cirugía del corazón...Entre las nubes de un sueño aún no disipado, apareció ante mí como un Júpiter tonante el Dr. Dardo Fernández Aramburu. Me confesó que, como liberal, siempre le da a sus pacientes un máximo de opciones. Éstas eran las mías: operarme con él o con otro a la mañana siguiente. Entonces le dije en el mismo tono: Doctor; también como buen liberal, acabo de tomar una decisión enteramente autónoma: mañana Ud. me va a operar."

Víctor Sueiro vio un túnel con una luz blanca intensa a través del cual accedió a la escritura, aprovechando la indefensión del papel en blanco. ¿Qué vio Grondona? "Recuerdo que, en algún momento, Bernardo me susurró al oído: 'No me dejes solo'. Después supe que ese diálogo fugaz, al que suponía imaginario, había ocurrido. El legendario padre Brown del Diagnóstico y el padre Grassi me dieron la unción de los enfermos, que antes se llamaba la extremaunción". Luego, como en su programa de televisión llegan las conclusiones. Peregrinemos por ésta odisea: "Fui amado por desconocidos. Ahora sé lo que es amar no solo a los míos, sino también a la humanidad. Cuando me dormí sin otro horizonte que la magna operación que se acercaba, me colmó una sensación de paz. Había vivido una vida maravillosa. Una mujer maravillosa, una familia maravillosa, amigos maravillosos. Una vocación y una nación maravillosas. No podría haber pedido más". Entre los amigos maravillosos que cita está Julio Grassi, acusado por abusos de menores. Y el pensador de la derecha concluye el editorial con un párrafo que podía intercambiar con Víctor Sueiro: "De vuelta a la vida, ahora comprendo lo que me faltaba cuando casi la abandoné en paz: me faltaba sentir intensamente a los demás. Quizá por eso una mano me empujó suavemente hacia la cámara gamma. Me mandó de vuelta. No para que sea un mejor profesional. No por las razones de la cabeza, sino por las razones del corazón. Para que intente ser, en los años que me quedan, una mejor persona".

A aquellos que pudieron alentar alguna esperanza en que la ciencia podía cambiar los sentimientos del corazón de Mariano Grondona, podemos anunciarles que el fracaso es tan rotundo como cuando como biólogo improvisado quiso transformar a Onganía en De Gaulle. En su editorial del 14-02-2004, una semana después que Grondona-Sueiro se propusiera ser una mejor persona, se enternece con los acreedores y se endurece como siempre con sus compatriotas desposeídos. Propone destinar 4,25% del PBI en lugar del 3% para satisfacer las exigencias de los prestamistas. Que el padre Grassi lo perdone y que Neustadt no lo deje solo.

Otro columnista estrella de la Tribuna de doctrina

Joaquín Morales Solá comparte los domingos la página de análisis político con Mariano Grondona. Tucumano de nacimiento, permaneció en la provincia durante el llamado Operativo Independencia. En diciembre del 2002, hubo una fuerte polémica entre los periodistas Hernán López Echagüe, Marcos Taire y Joaquín Morales Solá. Decía Marcos Taire de Joaquín Morales Solá: "Probablemente le falle la memoria también cuando para desmentir a López Echagüe dice que en 1976 estaba en Buenos Aires y no en Tucumán. Cualquiera que consulte La Gaceta del 23 de abril de ese año podrá ver que una nota de tapa, con su firma, saluda la designación del general Bussi como gobernador porque 'el general conoce el ámbito local y no ignora las necesidades y las urgencias de la provincia', y tras reseñar 'el pensamiento' del genocida, termina diciendo que 'tales palabras y posiciones reflejan sin duda la perspectiva de un clima indispensable para aplicar una acción política eficaz'. Hacía más de un año que los tucumanos eran secuestrados, torturados y asesinados en los campos de concentración, primero por Acdel Vilas y después por Bussi. Y los crímenes cometidos al amparo del Operativo Independencia los conocíamos todos los tucumanos. El que diga lo contrario miente o se hace el zonzo." A su vez Hernán López Echagüe sostuvo: "Hagamos a un lado, por un momento el término prestigio, pues en este país, sabemos, el prestigio de buena parte de los periodistas prestigiosos se ha construido a partir no ya del talento y del compromiso con la verdad, sino merced al sutil encadenamiento de influencias, provechosos silencios y, a menudo, relaciones inconfesables. No se puede ser periodista ocho, diez horas al día y, luego, contertulio del poder."

¿Con qué autoridad puede hablar sobre ética periodística un hombre que ofició de escriba de los militares genocidas en los diarios La Gaceta y Clarín, periódicos que, cabe recordar, recibieron de brazos abiertos a Bussi, Videla, Agosti, Masera y sus feroces grupos de tareas? Si ejercer el oficio de columnista político durante la dictadura, sometiéndose sin rodeo alguno a censuras, engañando, ocultando información, ya comporta una conducta digna de reproche, más llamativo resulta que el crecimiento de Morales Solá como periodista hubiera ocurrido, precisamente, al amparo de los dictadores. En fin, el melancólico propósito de Morales Solá de presentarse hoy como paradigma del periodismo independiente y albacea de los principios éticos, suena a insulto, a burda ocurrencia. La cuestión, estimado Morales Solá, es muy sencilla. El que quiere honra, ha escrito Federico García Lorca, que se porte bien.

Su paso por Clarín como columnista de los domingos lo llevó más allá de una traumática salida, a mantener una fidelidad a su propietaria que exteriorizó cuando Ernestina Herrera fue detenida por la sospecha de haberse apoderado de hijos de desaparecidos. Entonces desde La Nación, Morales Solá la defendió aduciendo que era una excelente madre. Sus columnas muchas veces, como en el caso de las patentes medicinales, tienen un fuerte olor a que la trama fue redactada con la colaboración o la fuente de la embajada norteamericana. Otras, en situaciones complicadas como las actuales parecen ser el eco de los acreedores. En otros casos, como en el aumento de tarifas, sus razonamientos coinciden textualmente con las argumentaciones de las privatizadas.

Más allá de sus verdaderas convicciones, nadie atraviesa una tribuna de doctrina sin chapotear en el barro.

Los columnistas satélites

En economía La Nación le da refugio a los gurúes neoliberales, infalibles para el error, que representan la avanzada de un ejército de ocupación. Miguel Angel Broda, Roberto Cachanosky, Aldo Abram, Jorge Ávila y otros gestores de negocios saturan su sección económica. Cualquiera de ellos serían aplazados con un cero por Adam Smith o David Ricardo, por su ignorancia supina y la mendacidad de presentarse como portadores de una ciencia aséptica y apolítica.

En política internacional, aporrea el papel el inefable Andrés Oppenheimer, quién hace una década publicó un libro vaticinando los días finales de Castro. Argentino de nacimiento, norteamericano por adopción y gusano por convicción, Oppenheimer es muy "sensible" a los intereses de los cubanos de Miami.

Cada tanto ingresa como colaborador ocasional o suplente de Grondona, Marcos Aguinis que con su agudeza ha detectado un verdadero hallazgo: Ricardo López Murphy, su referente político, es un hombre que no tiene nada que ver con el establishment y además es de centro izquierda.

Alejado de las columnas, el alto directivo José Claudio Escribano, tuvo una prominente y desafortunada presencia pública al presentarle, antes de asumir, al por entonces débil presidente electo Néstor Kirchner, un pliego de condiciones para garantizar la gobernabilidad en nombre de los acreedores, bancos y privatizadas.

La Tribuna de doctrina

Fundada por Bartolomé Mitre el 4 de enero de 1870, dos meses antes de la finalización del genocidio realizado contra el pueblo paraguayo dirigido precisamente por su fundador, su edificio original fue pagado por los proveedores de la guerra denominada de la Triple Alianza. Militar inepto, prometió en tres meses estar en Asunción. Tardó cinco años y el exterminio de un millón cien mil paraguayos que defendían el derecho de ser el Estado más desarrollado de América Latina. Al finalizar la contienda la población paraguaya se había reducido de un millón trescientos mil habitantes a doscientos mil, de los cuales apenas veintiocho mil eran hombres. Jorge Abelardo Ramos solía ironizar que era un militar tan inepto que hasta perdió un desfile. Su triunfo en Pavón obedeció a que Urquiza se retiró del campo de batalla. Arturo Jauretche afirmaba que fue el único "prócer" que dejo al morir, en 1906, un guardaespaldas: su diario. Traductor de la Divina Comedia, cuando se lo comentaron a Lucio V. Mansilla comentó con sorna: "Está bien, hay que joderlos a los gringos". Redactó la historia argentina oficial, en función de los intereses económicos que representaba: los ganaderos de la Provincia de Buenos Aires y los comerciantes capitalinos del puerto. En ese contexto elevó a Bernardino Rivadavia, representante de los mismos intereses como "El más grande hombre civil en la tierra de los argentinos". Arrasó con el interior y el Paraguay en nombre de "la libertad de comercio". Sostenedora La Nación de un liberalismo colonial, se opuso inalterablemente a todos los gobiernos populares y apoyó con entusiasmo el sangriento golpe de septiembre de 1955 y a la dictadura criminal de 1976. Ciento treinta y cinco años más tarde sus columnistas estrellas siguen sosteniendo las mismas falacias que han llevado a que la Argentina parezca un país asolado por una guerra. Bartolomé Mitre ha tenido una cría histórica de columnistas a la altura de sus miserias.

* Hugo Presman es periodista.


Poco me queda para agregar. Quizás recordar que a este diario que se proclama paladín del liberalismo, asociado con el de la Sra. de Noble, el gobierno del Proceso le facilitó la adquisición de la empresa Papel Prensa (confiscada al grupo Graiver) y por lo tanto una posición de monopolio en el suministro de papel de diarios. Por la documentación que contiene, agrego este link sobre la actuación de JMS a que se refiere la nota. Y ya que estoy con Joaquín, no me olvido de su nombramiento como Caballero de la Legión de Honor de la República Francesa (igualito que el Tío Alberto de Serrat...). Ahí nos enteramos de que JMS es un "volteriano" heredero del Siglo de las Luces francés, y que no acepta adoptar el pensamiento único...Digo yo, esta condecoración ¿se la habrán dado por su defensa de los ideales de "Liberté, Égalité, Fraternité"? ¿O más bien (viendo quién se la entregó) por haber defendido ciertos intereses que no son precisamente los de la Nación (la nuestra)?

lunes, junio 19, 2006

¿Esto es oficialismo?

Advertencia: Esta nota contiene informaciones y análisis políticos cuya lectura difícilmente sea de interés en estos días. Se recomienda guardarla para cuando se hayan asentado las imágenes del fantástico baile del viernes, que también hicieron difícil su escritura.
(Encabezamiento afanado a Horacio Verbitsky)

Según parece, hay bastante consenso en la comunidad bloguera en considerar a Página/12 un medio oficialista, de ahí los chascarrillos Pravda, Página K, etc. Si tanta gente lo dice, así será. Sin embargo, cada tanto yo me encuentro ahí con opiniones y análisis independientes y valiosos. Un ejemplo es esto que salió el domingo 11 pasado con la firma de mi periodista económico favorito:


Murió en el cajón
Por Alfredo Zaiat

En silencio, como estuvo en los últimos dos años, se murió una de las mejores iniciativas que tuvo hasta ahora el Gobierno: perdió estado parlamentario el proyecto de marco regulatorio de los servicios públicos privatizados, presentado por el Ejecutivo en agosto de 2004. Quienes lo promovieron hicieron nada para impulsarlo y quienes lo rechazaban se quedaron de brazos cruzados esperando su deceso. Esa norma iba a ser fundamental para reconstruir la relación con las privatizadas y el rol del Estado en su papel de regulador de un sector sensible. El proyecto pretendía establecer reglas transparentes de funcionamiento de servicios esenciales para la población y mecanismos de control operativos. Por desidia burocrática o por decisión política, se lo dejó perecer pese a que implicaba un avance sustancial en la siempre controvertida vinculación del Estado y sectores económicos poderosos, y el consiguiente impacto social de esa enredada relación. Otra vez más lo importante es ignorado y las luces apuntan a estridentes e improductivos cruces entre el Gobierno y el ex ministro de Economía. En otras palabras, el discurso por encima de los hechos. La forma y la sustancia.

Las acusaciones mutuas sobre las tarifas y el capitalismo de amigos son periféricas en el contexto donde se abandonó el proyecto de ley que aspiraba a poner un poco de racionalidad al particular universo de las privatizadas. Es una lástima que una iniciativa que hubiera significado un salto cualitativo en la organización económica del país quedara en el olvido sin siquiera ser discutida en las siete comisiones del Congreso donde aterrizó. Después de este retroceso, las actuales posiciones que asumieron Roberto Lavagna y Néstor Kirchner sobre las privatizadas quedan relativizadas. Discutirán y pelearán por el poder con todo derecho, y así habrá que entender los cruces que se regalaron referidos a las privatizadas. Pero no se trata de ideas sustanciales como parte de un debate económico de fondo. Lo que los diferencia en esta cuestión son matices en una misma lógica de gobierno con la cual ambos convivieron dos años y medio.

Roberto Lavagna nunca apoyó el proyecto de marco regulatorio en una posición que con poco disimulo estuvo volcada hacia las operadoras extranjeras. Julio De Vido inicialmente la empujó para luego ponerle un freno sin exponer motivos. Finalmente, Kirchner terció entre los dos y fue el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, quien le dio fuerza al proyecto para mandarlo al Congreso. Con dos años sin que se moviera ni un poquitito el trámite para analizar, estudiar y debatirlo, queda en evidencia que esos escarceos de palacio fueron y son simplemente peleas de poder.

Se abandonó ese plan que hubiera resultado un avance extraordinario en la compleja tarea de regular a uno de los poderes económicos surgidos durante la década del 90: las privatizadas. Dejaba atrás muchos de los vicios regulatorios que significaron ganancias extraordinarias para las compañías. Por caso, se definía que las tarifas no podían dolarizarse ni ajustarse por índices ajenos a la economía real, como la inflación de Estados Unidos. Esta última vía fue la aplicada durante la convertibilidad con un saldo nada desdeñable para esas empresas: contabilizaron de ese modo una ganancia adicional de 9000 millones de pesos/dólares en ese período.

Otro punto relevante del proyecto era que se disponía que las controversias jurídicas tendrían ámbito de resolución en la jurisdicción nacional, para no volver a caer en la trampa de los ’90 de perderla a favor de tribunales internacionales, como el Ciadi (organismo dependiente del Banco Mundial). También se reafirmaba el criterio de neutralidad tributaria, que se traduciría en que subas o bajas de impuestos debían ser trasladadas a las tarifas. Se impulsaba la tarifa social así como también el controvertido criterio de subsidios cruzados. Uno de los aspectos que despertó más resistencia entre las empresas fue el que estipulaba en forma explícita la responsabilidad de las casas matrices con sus subsidiarias que manejan las compañías privatizadas. Además, se establecía que el Estado asumía el papel de planificador de las inversiones de las empresas, lo que hubiera derivado que en casi todos los casos se hubiera terminado en el polémico mecanismo del fideicomiso. En los hechos, ese camino es el que se está transitando sin el marco legal global previsto.

En resumen, el proyecto establecía reglas para que el consumidor no siguiera siendo un rehén de las empresas, para que el Estado no continúe siendo un instrumento de generación de ganancias extraordinarias para las compañías y para que las propias empresas asuman con responsabilidad el objetivo de prestar un servicio público en forma universal, eficiente y con calidad.

En estos dos últimos años, en la práctica, dado el destino de cajón que tuvo la idea de marco regulatorio de las privatizadas, el proyecto fue una carta de negociación del Gobierno. En algunos casos para firmar actas-acuerdo, cartas de entendimiento o decretos con algunas compañías y conseguir la suspensión de las demandas respectivas en el Ciadi. En otros para conseguir el traspaso del control de compañías a grupos locales cercanos al calor del poder político. Y en unos pocos para presionar y tensionar la relación hasta el abandono de la concesión, como por ejemplo con Aguas Argentinas. No es sólo una cuestión de “capitalismo de amigos”, como azuza al Gobierno Lavagna, quien está bien acompañado del capitalismo “de sus amigos”. Sino que se trata de la ausencia de un marco de referencia claro y preciso para el funcionamiento futuro de un sector con rentas elevadas. Ganancias que se obtienen con el funcionamiento operativo y se contabilizan en los balances. Pero también donde se registran utilidades ocultas por vía de compras a empresas vinculadas al grupo de control o por contratos de inversión orientados desde el Estado.

Aquí la despreocupación por lo institucional-normativo tiene costos futuros elevados para la consolidación de una economía con crecimiento y equidad. El Gobierno tiene la chance de recuperar esa iniciativa que dejó morir. Simplemente tiene que volver a enviar el proyecto al Congreso.


Dudo que este tipo de cosas se publique en el diario del noble Magnetto o en el de los descendientes de don Bartolo. Para mayor información al respecto, adjunto un párrafo del artículo de Mario Wainfeld "La política del paso a paso" que salió en el diario del domingo último:


"El escueto interés oficial por la institucionalidad fue la clave del lamentable archivo de la ley de marco regulatorio de las privatizadas, que señaló y analizó el domingo pasado Alfredo Zaiat en el suplemento Cash de Página/12. La norma fue concebida por Julio De Vido, en los albores de la actual administración. El ministro de Planificación comidió a especialistas de Flacso para redactar un proyecto. Esos técnicos, de prestigio validado por años de consistente prédica en la materia, tuvieron un entredicho con el ministro pero antes de renunciar dejaron una propuesta de ley. El Gobierno la rectificó parcialmente, a través de la pluma de Carlos Zaninni. Las correcciones no desnaturalizaban el sentido original, que era reforzar los controles sociales y la presencia estatal para frenar los proverbiales abusos de las concesionarias. En el año 2004 este diario informó que el premier español José Luis Rodríguez Zapatero advirtió a representantes del Gobierno que las empresas de su país con intereses en la Argentina veían con mucha preocupación el proyecto de marco regulatorio, no bien éste recaló en el Congreso. La senadora Cristina Fernández de Kirchner, según narraron testigos presenciales, le respondió que un régimen legal prefijado convenía a esas empresas pues no quedarían más sometidas a la arbitrariedad o al capricho del funcionario de turno. Tan adecuada réplica no tuvo corroboración legislativa en los años ulteriores. El disco rígido del kirchnerismo impulsó la norma cuando daba pininos y la durmió cuando se consolidó, toda una referencia. La oposición poco hizo y poco hará en pos de resucitar esa iniciativa destinada a dar orden y claridad a un sistema opaco. La derecha de PRO detesta esos instrumentos, los radicales están demasiado ensimismados en procurar su salvavidas electoral, Roberto Lavagna siempre la consideró un estorbo, amén de una chiquilinada inicial de su archirrival De Vido. Sólo el ARI podría haber estimulado esa norma manteniendo su coherencia. Pero a esa fuerza le cuesta mucho acompañar mociones del oficialismo, así sean encomiables."


Qué poco que se habla de estos temas, ¿no? siendo que es algo de interés de todos los ciudadanos en tanto usuarios de los servicios privatizados. A propósito, al que le interese el asunto del control sobre las privatizadas (o la ausencia del mismo) le recomiendo el libro "Fuera de Control" de Mabel Thwaites Rey y Andrea López. Está muy bueno.

jueves, junio 15, 2006

Néstor III

Acabo de descubrir en la sección "Escrito y leído" de Página/12 del lunes pasado, una reseña que hizo Sergio Moreno del libro "El último peronista-La cara oculta de Kirchner" de Walter Curia. Ahí me entero que lo de "El último peronista" se debe a una ocurrencia de...nuestro estimado colega Artemio (un abrazo).

Parece que el libro es interesante y está bien escrito, si hemos de creerle a Moreno. Leyendo la nota me encuentro con un listado de las características de la personalidad de K, y ahí termino de darme cuenta de por qué me cae simpático. Transcribo los puntos que son tan aplicables a K como a este humilde escriba (dejando de lado los referidos al poder o a Cristina, ya que no son temas de mi incumbencia).

–“Es un hombre al que le resulta perturbador estar en deuda”.

–“Distintos testimonios lo describen como un personaje celoso de cumplir con los compromisos que asumió bajo cualquier circunstancia, pero no tolera no recibir el mismo trato”.

–“... tiene un profundo desprecio por lo que considera frívolo y es capaz de vestir en privado prendas que avergonzarían por su estado”.

–“Jamás ha sido visto comprando objetos personales durante sus viajes al exterior y es proverbial su condición de amarrete”.

–“No tiene el menor rasgo narcisista”.

–“No entabla relaciones personales; rechaza y desconfía de todo aquello que le es ajeno”.


Ahí está todo dicho. Somos almas gemelas.

lunes, junio 12, 2006

Cincuenta años II

Ahora que se han acallado un poco los festejos por el brillante triunfo de nuestra Selección ante Costa de Marfil, vuelvo por un rato a los temas extrafutbolísticos.

El viernes 9 de junio al mediodía me encontraba casi por casualidad en la Plaza Las Heras, donde se hacía un acto de homenaje a los fusilados de 1956. Pese a no ser peronista, sentí una necesidad íntima de acercarme y estar presente. Más allá de los funcionarios y/o figurones presentes y de las palabras de circunstancia, el acto me emocionó. Sobre todo al ver a los sobrevivientes de esas jornadas (creo que casi todos suboficiales), hombres sencillos y ya octogenarios, recordando de pie a sus camaradas, al igual que cada 9 de junio de los últimos 50 años.

En un momento me pregunté por qué no había dirigentes no peronistas en el acto. ¿Qué tuvieron de particular esas 30 muertes para que sean dignas de ser recordadas por un solo partido político? Y empecé a hacer memoria de mis primeros años, a fines de los '50, en una familia de clase media en el barrio de Once. Recordé lo que hablaban los mayores sobre lo que había sido el peronismo, la obligación del luto por Evita, el imprescindible carnet del partido, Apold, la quema de las iglesias, etc., etc. Pero de los fusilamientos de 1956 o de la matanza de Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, ni una palabra. Entonces volví a plantearme algo que frecuentemente me llama la atención: la memoria selectiva. Y no me refiero a los argumentos que hoy en día enarbolan los defensores del terrorismo de Estado. Me refiero a los mecanismos que actúan en la mente de personas comunes y corrientes, para recordar sólo aquello que está de acuerdo con sus creencias o prejuicios, y negar u olvidar lo que no lo está.

Quién sabe por qué razón, últimamente cuando quiero escribir sobre algún tema que me da vueltas en la cabeza, siempre encuentro que alguien en esos mismos días ya escribió gran parte de lo que yo quería decir. Ese es el caso de esta nota de Luis Bruschtein, aparecida el sábado pasado en Página/12. Agrego a continuación lo que escribió Lilia Ferreyra sobre Rodolfo Walsh y los fusilamientos.


El pasado que rebota al presente

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Por Luis Bruschtein

Después del alzamiento del 9 de junio de 1956, el gobierno militar del general Eugenio Aramburu fusiló a 27 personas. En el caso de los fusilamientos de civiles, se utilizó un procedimiento por “izquierda” que luego se convertiría en la principal herramienta represiva de las sucesivas dictaduras, hasta llegar a su máxima expresión en el ’76. Aun en el caso de los fusilamientos de militares, se aplicó un decreto emitido por Aramburu que declaraba el estado de sitio cuando los rebeldes ya estaban detenidos. Es decir que, de manera inconstitucional, se les aplicó ese decreto con retroactividad.

En esos días, el dirigente socialista Américo Ghioldi publicó una frase que se hizo célebre: “Se acabó la leche de la clemencia”. Y a Jorge Luis Borges se le atribuye otra frase en una conversación con su amigo Adolfo Bioy Casares: “Se hizo lo que debía hacerse”. No eran los únicos que pensaban así, entre los no peronistas era un sentimiento extendido.

Existe un consenso mayoritario en la historiografía y la sociología sobre una lectura de la Argentina reciente que tiende a colocar al peronismo en el lugar de la barbarie, los excesos, lo no institucional, el exabrupto y lo violento. Y pone a sus adversarios en el polo antitético: defensa de la institucionalidad y la racionalidad, de la pacificación y el respeto de la ley.

Es inquietante la manera en que esa lectura se revierte constantemente sobre la actualidad. Lo que inquieta es la incapacidad de esa lectura, o de quienes la realizan, de sobreponerse a su contexto social aun después de tantos años, como si permanentemente se tratara de justificar el papel que jugó ese mismo contexto en aquel momento.

La primera parte de esa lectura, la que compete al peronismo, es cierta en gran medida. Pero la segunda parte, la que alude a sus opositores, es falsa en gran medida. La oposición, los partidos que la integraban, fue más salvaje aún que el peronismo. El revanchismo antiperonista, desde los bombardeos a civiles en la Plaza de Mayo hasta los días posteriores al golpe del ’55, la violencia, la humillación y la represión fueron más alevosos, desprolijos, inconstitucionales y antidemocráticos que lo que podría reprochársele al peronismo. Los fusilamientos constituyen un hito en esa historia. El peronismo no había fusilado a nadie.

La vocación institucional de las fuerzas opuestas al peronismo es una construcción cultural, es expresión de una visión hegemónica dentro de los intelectuales y las capas medias que tomaron como propio el discurso de los grupos de poder. En todo caso, el antiperonismo fue más “institucional”, porque a partir del ’55 utilizó a las Fuerzas Armadas para agredir al resto de las instituciones democráticas.

La calidad institucional, la “institucionalidad” como valor en la política argentina ganó peso específico recién después de la última dictadura y constituye una gran mentira interpretar esa historia como si hubiera habido un sector destacado que hubiera representado ese concepto como se lo entiende en la actualidad. Lo real es que no hubo ángeles democráticos y demonios violentos. Todos los actores se movieron con los criterios de una sociedad si se quiere primitiva en cuanto a su visión de sí misma, incluyendo a la izquierda.

A partir de esa lectura de un solo ojo, todo el mundo sabía lo que tenía que hacer el peronismo-populismo para enmendarse y mejorar. Es decir, tenía que hacer lo que siempre hicieron sus detractores dizque más republicanos y democráticos. El problema es que la misma historia está diciendo que, con otras vestiduras y formalidades, lo opuesto al peronismo actuó con un gran desprecio por las instituciones. Sin embargo, el peronismo hizo lo que le pidieron que hiciera: la renovación trató de ser un remedo de la Coordinadora radical –que fue el paradigma de los ’80– y más tarde, con Carlos Menem, se asimiló a una especie de republicanismo conservador popular que finalmente agotó su verdadero impulso. En el prólogo de Operación Masacre, Rodolfo Walsh aclaró que había tomado la matanza de civiles en los basurales de José León Suárez, separándola del resto de los fusilamientos, porque en ese caso no podía haber ninguna justificación por parte de los fusiladores. Se trataba de una masacre clandestina de civiles desarmados que sólo tenían una participación lateral en el alzamiento.

Lo real es que salvo excepciones como las de él mismo, que en 1956 todavía no se asumía como peronista, o la del escritor Ernesto Sabato, que publicó su investigación, la denuncia de los fusilamientos no conmovió demasiado al universo no peronista. La izquierda no peronista ni siquiera ahora recupera a esos trabajadores fusilados como parte de los mártires del pueblo en su lectura de las luchas populares. Y tampoco lo hace con los civiles que murieron en los bombardeos de Plaza de Mayo.

Por el contrario, para la generación que se incorporó a la militancia en los años ’70 constituían momentos tan emblemáticos como la Semana Trágica, igual que después lo fueron los fusilamientos de Trelew y los treinta mil desaparecidos. Esa incongruencia en un discurso de izquierda que ignoraba dos de los hechos más terribles del pasado reciente fue uno de los factores que ayudó a la peronización de la mayoría de esa generación.

Hay hilos convergentes entre los sucesos de 1956, los años ’70 y la última dictadura. Varios de los sobrevivientes de los fusilamientos o sus familiares formaron parte de la Tendencia Revolucionaria del peronismo o de sus organizaciones armadas, como Julio Troxler y los hermanos Lizazo, y fueron asesinados por la dictadura o por una Triple A en la que muchos de sus integrantes también eran peronistas. Hace pocos días fue detenido el comisario mayor de la Bonaerense Juan Fiorillo, que desapareció a Felipe Vallese en 1962. Y ese mismo policía, después integró la Triple A y luego fue colaborador estrecho del genocida Ramón Camps. Los militares que participaron en el golpe del ’55, respaldados por los partidos no peronistas, de izquierda y derecha, protagonizaron la escalada de asonadas y golpes militares que van del ’55 al ’66 y del ’66 al ’76. El peronismo estuvo proscripto 18 años, en tanto los demás partidos aceptaban una especie de democracia tutelada, donde ellos mismos –además de dirigentes peronistas– decidían sus diferencias cruzando contactos en los cuarteles y regimientos. Y los civiles más militaristas eran casi siempre los que más declamaban su republicanismo. Todos los golpes y asonadas militares se hicieron en “resguardo” de la democracia.

En la actualidad la antinomia peronismo-antiperonismo es anacrónica. Ni uno ni otro alcanzan por sí solos para describir o interpelar a una sociedad que afronta otras problemáticas y complejidades. Las corrientes de nuevas mayorías se construyen necesariamente sobre otros contenidos que los atraviesan y contienen. En ese sentido, la cultura va muy por detrás de la realidad, porque mantiene esa mirada hegemónica y caprichosa sobre el pasado a pesar de que tanto en el oficialismo como en la oposición conviven sectores que provienen de ambas puntas de esa antinomia histórica.

Un síntoma de ese retraso en la cultura política es que el recuerdo de los fusilamientos del ’56, al igual que de las víctimas de los bombardeos en Plaza de Mayo, termina encuadrado en ese contexto como un acto peronista o properonista. Es legítimo que la reivindicación de los ideales y principios por los que lucharon los caídos sea tomada por quienes piensan así. Pero hay una tarea ciudadana democrática, no partidista, en el reconocimiento de quienes fueron víctimas de esa masacre como una forma de poner distancia con la intolerancia y el desprecio a la vida que llevaron a justificar la usurpación de instituciones para eliminar a quienes se les oponían. El repudio a los fusilamientos del ’56 no debería ser una acción solamente peronista, sino de la ciudadanía en su conjunto.


Walsh y los fusilamientos

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Por Lilia Ferreyra

“La investigación de Operación Masacre cambió mi vida –escribió Rodolfo Walsh–. Haciéndola comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior.” Y decidió enfrentar esas dos dimensiones con la profunda convicción de que no podía ni debía renunciar a un sentimiento básico: “La indignación ante el atropello, la cobardía y el asesinato”. Porque él no era peronista cuando se produjo el levantamiento que encabezó el general Juan José Valle, ni cuando escuchó aquella frase “hay un fusilado que vive”, ni cuando resonó en su conciencia el grito de Mario Brion “¿así nos matan?”, antes de que lo atravesaran las balas del comisario Rodríguez Moreno. Como una piedra en el agua que va ampliando el impacto de su caída, la investigación sobre los fusilamientos en el basural de José León Suárez también significó para Rodolfo ir más allá de la denuncia del crimen y la identificación de los responsables. Quiso llegar a comprender en toda su extensión las razones políticas de esos trágicos hechos. Y mientras avanzaba en la investigación comenzó a entender, comenzó a conocer quiénes eran y habían sido los destinatarios de tanto odio, y quiénes los ejecutores. Hay una escena no demasiado recordada en Operación Masacre sobre la mañana siguiente a los fusilamientos. En el basural todavía estaban los cadáveres dispersos en las inmediaciones de la ruta y, de a poco, “una muchedumbre espantada y sombría se fue congregando en torno al pavoroso espectáculo”, cuando un auto “nuevo, largo y reluciente frenó de golpe ante el grupo. Una mujer asomó la cabeza por la ventanilla.

–¿Qué sucede? –preguntó.

–Esa gente... que la han fusilado –le contestaron.

Ella tuvo un gesto irónico.

–¡Muy bien hecho! –comentó–. Tendrían que matarlos a todos.” Los humildes pobladores de José León Suárez la corrieron a cascorazos.

Rodolfo, que había creído en los valores de libertad, justicia y democracia que había proclamado la llamada Revolución Libertadora de 1955, fue descubriendo la falacia y la hipocresía de esas palabras cuando expresan los intereses de una clase privilegiada. En 1969, en una nueva edición de Operación Masacre, escribió: “Los militares de junio de 1956, a diferencia de otros que se sublevaron antes y después, fueron fusilados porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del peronismo y la clase trabajadora. Las torturas y asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956 son episodios característicos, inevitables y no anecdóticos de la lucha de clases en la Argentina (...). Que (la oligarquía) esté temporalmente inclinada al asesinato es una connotación importante, que deberá tenerse en cuenta cada vez que se encare la lucha contra ella. No para duplicar sus hazañas sino para no dejarse conmover por las sagradas ideas, los sagrados principios y, en general, las bellas almas de los verdugos.”

En los veinte años que siguieron a Operación Masacre, la vida de Rodolfo se fue enraizando cada vez más con la historia del país, trazando con sus oficios terrestres y su compromiso político una trayectoria insobornable que lo instaló para siempre en la memoria.

Lo único que no cambió con la investigación de los fusilamientos fue la cédula falsa a nombre de Norberto Pedro Freire, que usó para protegerse. Veinte años después, el 25 de marzo de 1977, cuando lo emboscó el Grupo de Tareas de la ESMA, llevaba esa cédula. Quizás, en una dimensión que trasciende el rígido límite entre la vida y la muerte, podamos decir que en ese día inevitable acribillaron a Norberto Pedro Freire. Rodolfo Walsh se les escabulló una vez más: minutos antes había despachado la Carta a la Junta Militar, un texto magistral cuya vigencia, junto con Operación Masacre, se proyecta hasta nuestros días como un aporte fundamental para que las nuevas generaciones comprendan la historia que las antecede.

viernes, junio 09, 2006

Cincuenta años

Aunque la atención de la gran mayoría de los internautas y blogonautas esté en otra parte, no voy a dejar pasar este aniversario. Lo que sigue está sacado de aquí.

La muerte del general Juan José Valle
Por Ricardo Eulogio Brizuela

“Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado”,
le dice el general Juan José Valle en una nota al general Pedro Eugenio Aramburu poco antes de morir fusilado.

En el mes de junio de 1956 son ejecutados en distintos lugares de Buenos Aires, un grupo de militares y civiles que protagonizaron un movimiento en contra de la autollamada Revolución Libertadora, que derrocó al general Juan Domingo Perón en el año 1955.

El general Juan José Valle se declaró jefe de los sublevados: murió frente al pelotón en la Penitenciaría Nacional.

Detectado el alzamiento por los servicios de informaciones con bastante tiempo, el gobierno dejó que los acontecimientos se desarrollaran. Cuando el día 9 de junio se produjo la revuelta, en las guarniciones esperaban a los complotados. Las ejecuciones tuvieron lugar entre los días 10 y 12 de junio.

Aunque el descontento estaba controlado, las autoridades de la dictadura opinaron que una acción sumaria prevendría más adelante cualquier rebrote de rebelión.

El día 11 se informó a la población del fusilamiento del coronel (R) Alcibíades Eduardo Cortines, coronel (R) Ricardo Salomón Ibazeta, teniente coronel (R) Oscar Lorenzo Cogorno, capitán Dardo Nestor Cano, capitán Eloy Luis Caro, teniente primero Jorge Leopoldo Noriega, teniente primero de banda Néstor Marcelo Videla, suboficial principal Miguel Garecca, sargento Hugo Eladio Quiroga, cabo primero músico Miguel José Rodríguez, sargento ayudante de infantería Isauro Costa, sargento ayudante carpintero Luis Bugnetti, sargento músico Luciano Isaías Rojas, Vicente Rodriguez, Nicolás Carranza, Carlos Alberto Lizaso, Francisco Garibotto, Reinaldo Benavidez, coronel Albino Irigoyen, capitán (RE) Jorge Miguel Costales, Clemente Braulio Ross, Norberto Ross, Osvaldo Alberto Albedro y Dante Hipólito Lugo.

El día 12 de junio un comunicado oficial expresa:
“Fue ejecutado el ex general Juan José Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado”. Para dar muerte al general Valle, que se entregó voluntariamente a las autoridades militares, el gobierno de facto aplicó en forma retroactiva la ley marcial ya derogada.

La masacre duró exactamente tres días y Lanús, Campo de Mayo, la Escuela de Mecánica del Ejército y La Plata, se constituyeron en escenarios macabros. En un basural de José León Suarez, varios escaparon milagrosamente, algunos eludiendo el pistoletazo del remate.

El jefe de los sublevados, general Valle, escribió varias cartas antes de morir.
“Sólo traiciones y venganzas me llevan a este fin”, les dice a su mujer, su hija, su madre y su hermana. En la nota dirigida a Aramburu, presidente de facto, completa: “Debo a mi patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aún antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos. Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía”. Finalmente, Valle cierra su carta con un ruego: “... que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la Patria”.

Los hechos de junio de 1956 quedaron registrados como una de las mayores injusticias provocadas por la tiranía de la Revolución Libertadora. Generaron, también, con el correr del tiempo, otros acontecimientos lamentables que quedaron en la memoria colectiva.

lunes, junio 05, 2006

Otra declaración de principios

Si en verdad todo valiese por igual, no habría motivo para preferir nada de modo fundado ni, por consiguiente, para amar, cultivar o defender nada en particular. Afortunadamente, no es así. No todo vale por igual. Por tanto, no hay motivos para permanecer indiferente ante el error y la injusticia. En cambio, hay motivos para trabajar por la verdad y la justicia.

Mario Bunge, filósofo argentino.

El pasado siempre vuelve

Hace poco, en una intervención en el blog de Artemio López mencioné a Felipe Vallese como el primer desaparecido de la historia argentina. Quién sabe si por casualidad (o no), unos días después salió en Clarín esta noticia, que de paso nos sirve para refrescar la memoria y entender que la violencia y la represión no nacieron como de un repollo en 1976 (aquí está lo que salió en Página/12).


FUE EL PRIMER CASO DE DESAPARICION DE LA HISTORIA ARGENTINA

Detienen al comisario del caso Felipe Vallese

Está considerado como el máximo responsable material del primer caso de detención y desaparición de la historia argentina, el del delegado metalúrgico y militante de la Juventud Peronista Felipe Vallese, el 23 de agosto de 1962.

Pero el comisario mayor retirado de la Policía bonaerense Juan Fiorillo fue detenido ayer —con el beneficio de cumplir la prisión preventiva en su domicilio— por la causa del rapto de una beba en 1976, Clara Anahí Mariani, hija de militantes montoneros, tras un operativo represivo.

En la época de la última dictadura, como brazo derecho del jefe de la Bonaerense de la época, el general Ramón Camps, Fiorillo había cumplido funciones clave en la estrategia de represión ilegal en la zona, como director del Comando de Operaciones Tácticas de la fuerza.

También se desempeñó como responsable del centro de detención clandestino Omega, en la Capital Federal, con el nombre de "Saracho".

El juez federal de La Plata Arnoldo Corazza decidió ayer ordenar la detención de Fiorillo a instancias de la abuela de la desaparecida Clara Anahí, Isabel Chorobik de Mariani, de Abuelas de Plaza de Mayo.

Tal vez por el caso de la niña secuestrada Fiorillo reciba una pena mayor que los escasos tres años de prisión, que no llegó a cumplir del todo, en 1971, por "privación ilegítima de la libertad" de Vallese junto con otros 38 policías. No se consideró en el caso la figura de homicidio.

Vallese, de apenas 22 años, había sido detenido por una patrulla policial ese 23 de agosto de 1962, en pleno gobierno títere de José María Guido, tras el golpe militar que había derrocado en marzo de ese año al presidente Arturo Frondizi.

La Policía estaba buscando al dirigente de la Juventud Peronista Alberto "Pocho" Rearte, hermano del referente del peronismo revolucionario Gustavo Rearte.

Felipe nunca fue liberado; tampoco apareció su cuerpo. Se supone que murió en una sesión de tortura comandada por el entonces joven oficial Fiorillo, de 31 años.

Un periodista, Pedro Leopoldo Barraza —quien años después trabajó en Clarín—, hizo una investigación sobre el caso en las revistas 18 de Marzo y Compañero que dilucidó las responsabilidades y fue fuente clave para la investigación judicial.

Esa investigación, en 1965, fue retomada en un libro por el luego asesinado diputado Rodolfo Ortega Peña y el actual secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde.

Fiorillo salió de la cárcel en 1974, en pleno auge de la organización parapolicial Triple A, en cuya estructura se integró rápidamente.

El 31 de julio de ese año, la Triple A asesinó a Ortega Peña en pleno centro de la Capital Federal. Unos meses más tarde, el 13 de octubre, la organización secuestró a Barraza y le dio muerte, junto con el fotógrafo Carlos Laham. Dicen que Fiorillo habría estado entre los asesinos.

Gaggero ídolo

Hacía bastantes días que estaba tratando de redondear mis ideas sobre el actual panorama político-económico, pero nunca terminaba de hacerlo. Hasta que ayer domingo vi que mi tocayo el economista Jorge Gaggero escribió aquí casi todo lo que yo iba a decir pero mucho mejor y con más conocimiento, así que me ahorro el trabajo y le cedo la palabra:


Circo criollo
Por Jorge Gaggero *

El ex presidente Alfonsín no demoró mucho más de tres meses en hablar en 1989, después de su salida anticipada por el fracaso económico y a pesar de que había prometido un largo y respetuoso silencio. Roberto Lavagna no alcanzó a cumplir seis lunas, a partir del fin de su exitosa gestión ministerial, cuando decidió posar para Perfil como “salvador de la Patria”. Ambos parecen haber elegido situarse al nivel de la “política criolla”, antes que levantar vuelo con la mira puesta en los verdaderos problemas nacionales y en la contribución que pudiesen brindar para su solución.

A casi un quinquenio del desastre de 2001, los argentinos apenas han logrado la reconstrucción de la autoridad presidencial, de la cúpula del Poder Judicial y de cierta capacidad de regulación del Estado. A nivel político-simbólico se ha alcanzado además un amplio consenso alrededor del objetivo de terminar con la impunidad: una meta indispensable para restablecer el ejercicio de la justicia, intentar el logro de mayor equidad social y reforzar el muy debilitado poder estatal. A nivel económico-simbólico, pero también con profundo efecto real, desde principios de 2002 se está intentando la recuperación de cierta soberanía monetaria. Esta última es una cuestión vital para la sobrevida y el eventual progreso del Estado-nación, a pesar de los sombríos pronósticos de 2001-2002. Estos no dejaban de tener fuerte asidero, si se recuerda que los ex Presidentes De la Rua y Menem se reunieron en la Casa Rosada –en plena crisis– para pactar la defensa a ultranza del ya fenecido régimen de convertibilidad y su sustitución final, en todo caso, por la dolarización de la economía.

A pesar de esos importantes logros, el nivel de actividad apenas ha superado el alcanzado antes del comienzo del derrumbe, la desocupación está todavía sobre los dos dígitos, el trabajo precario emparda al formal y la inequidad económico-social es pavorosa (la mortalidad infantil y la desnutrición han descendido, debe destacarse). En rigor, se está comenzando a salir de una crisis de hace un lustro pero todavía sumergidos en una “de larga duración” de más de 30 años. Desde el punto de vista político-institucional, la raíz de la crisis “larga” parece más antigua todavía (1930 o 1955, a elección del lector); una cuestión que ha aflorado claramente en la indignación cuartelera de los últimos días.

Ambas crisis, la “corta” y la “larga”, se han superpuesto y demandaron durante estos últimos años un comando político fuerte, en un escenario de severa crisis de la representación. La sociedad pide, a la vez, pluralismo político y un mayor activismo de la sociedad civil. No resulta fácil conciliar esas dos demandas.

Se ha comenzado, entonces, como país –y sólo en los promedios que suelen manejar los economistas– a “asomar la cabeza”. ¿Cómo se sigue? Parece obvio que hay que construir instituciones, remodelar el Estado para combinar agilidad con una gran fortaleza, planificar atendiendo al mediano y el largo plazo. Ceder, en suma, discreción en el ejercicio del poder a favor de una explícita racionalidad, de la necesaria sujeción a reglas (ya sea existentes, a reformar o nuevas a establecer) e incluso de una concertación que no suponga resignar el voto y la voz democrática de la mayoría a favor de corporaciones plutocráticas.

Esto último plantea dilemas de difícil solución. Entre los sectores poderosos de la economía –empresarios y, a veces, sindicales– suele existir poca aptitud para concertar en serio; vale decir, asumir la realidad, su propia parcialidad, los derechos del otro y –sobre todo– la necesaria majestad y libertad que debe investir el Estado en su indispensable arbitraje. Parece claro que los mercados de nuestra economía son –en general– poco competitivos, que las grandes empresas están transnacionalizadas y que el cada vez más pequeño remanente de la otrora poderosa “burguesía nacional” continúa suicidándose en pleno “modelo productivo” (recuérdense las recientes ventas de Loma Negra y Quilmes). En estas especiales condiciones, la regulación estatal debe ser necesariamente poderosa.

Pedir “libertad de mercado” entonces –como vocean poderosas agrupaciones empresarias– o “menos estatismo” –como acaba de reclamar, confusamente, Lavagna– parecen meros slogans autocomplacientes. Del mismo modo, el reclamo de “más relación con el mundo desarrollado” –para un país tan sobreendeudado y, por lo tanto, conminado a multiplicar su comercio para ganar divisas en un contexto de abusiva protección comercial de ese “mundo desarrollado”– no resulta verosímil. Tanto como el juicio de que “la economía argentina está con un grado de fortaleza como no ha tenido seguramente desde 1930, pero podríamos llegar a principios de siglo” (sic).

La economía global está mostrando ciertos indicios que pueden interpretarse como el inicio de la reversión del ciclo favorable que ha facilitado hasta aquí la recuperación. Pueden afianzarse o revertirse, se verá. Lo seguro es que las bonanzas no son eternas y mejor prepararse para los años de vacas flacas. Esta necesidad “precautoria” urge y supone exigencias adicionales a la agenda de reformas arriba esbozada. Estos temas no aparecen, sin embargo, en los discursos del ex ministro Lavagna, del ex Presidente Alfonsín, ni de los varios candidatos/as que “ya largaron” con miras al 2007. La cruda realidad demanda a los políticos que abandonen el “circo criollo” (al menos, que no adelanten la función) y empiecen, de una buena vez, a trabajar en lo que importa.

* Economista.