viernes, febrero 03, 2012

De solo estar


A 50 años de su publicación, América Profunda de Rodolfo Kusch sigue siendo un libro provocador, iluminador y enriquecedor. Acercarse a la obra de Kusch requiere humildad y apertura mental, sobre todo para alguien criado en una educación racionalista, además de no poco esfuerzo cuando uno es un lego en antropología y filosofía (como es mi caso). A diferencia de tantos "pensadores" devenidos opinadores mediáticos de hoy día, Kusch fue a las fuentes de las antiguas culturas americanas, se empapó del "hedor de América" y a partir de ahí desarrolló su reflexión con una radicalidad y originalidad poco frecuentes. Su contraposición entre la cultura del ser, implantada desde Europa por la conquista y la inmigración, y la cultura del mero estar, propia de los pueblos de raíz andina, o su concepto de la fagocitación de lo blanco y europeo por lo indígena, única solución según él para la integración de las diferentes culturas en una auténtica identidad americana, son algunos de sus aportes fundamentales. Desde ya, algunas de sus posturas pueden parecer extremas y acá Graciela Maturo señala algunos matices al respecto (también es recomendable este artículo sobre Kusch de la misma autora).

Por otro lado, el pensamiento de Kusch parece apuntar a la raíz de fenómenos con los que seguimos conviviendo hoy día: el racismo urbano con su rechazo por la "piel originaria", el desprecio hacia las manifestaciones de cultura popular, o la dicotomía (o zoncera, según Jauretche) tan arraigada de "civilización o barbarie". Y también, el antiperonismo. Pero más que seguir hablando de Kusch, prefiero traer acá sus propias palabras.

"Cuando se sube a la iglesia de Santa Ana del Cuzco -que está en lo alto de Carmenga, cerca de donde en otros tiempos había un adoratorio dedicado a Ticci Viracocha- se experimenta la fatiga de un largo peregrinaje. Es como si se remontaran varios siglos a lo largo de esa calle Melo, bordeada de antiguas chicherías. Ahí se suceden las calles malolientes con todo ese viejo compromiso con verdades desconocidas, que se pegotean a las caras duras y pardas con sus inveterados chancros y sus largos silencios, o se oye el lamento de algún indio, el grito de algún chiquillo andrajoso o ese constante mirar que nos acusa no sabemos de qué, mientras todos atisban, impasibles, la fugacidad de nuestro penoso andar hacia la cumbre.

Todo parece hacerse más tortuoso, porque no se trata sólo del cansancio físico, sino del temor por nuestras buenas cosas que hemos dejado atrás, allá, entre la buena gente de nuestra ciudad. Falta aire y espacio para arribar a la meta y es como si nos moviéramos en medio del magma de antiguas verdades. Más aún, se siente resbalar por la piel la mirada pesada de indios y mestizos con ese su afán de segregarnos, como defendiendo su impermeabilidad.

De pronto se ve rezar a un indio ante el puesto de una chola, por ver si consigue algún mendrugo, o un borracho que danza y vocifera su chicha o un niño que aúlla, poseso, ante nosotros, junto a un muro. Entonces comprendemos que todo eso es irremediablemente adverso y antagónico y que adentro traemos otra cosa -no sabemos si peor o mejor- que difícilmente ensamblará con aquélla.

Y aunque entremos en la iglesia de Santa Ana, como quien se refugia en ella, siempre nos queda la sensación de que afuera ha quedado lo otro, casi siempre tomando la forma de algún mendigo que nos vino persiguiendo por la calle. Ahí está parado y nos contempla desde abajo, con esa quietud de páramo y una sonrisa lejana con su miseria largamente llevada, y quizás le demos una limosna, aunque sepamos que ella no cumple ya ninguna finalidad.(...)

Porque es cierto que las calles hieden, que hiede el mendigo y la india vieja, que nos habla sin que entendamos nada, como es cierta, también, nuestra extrema pulcritud. Y no hay otra diferencia, ni tampoco queremos verla, porque la verdad es que tenemos miedo, el miedo de no saber cómo llamar todo eso que nos acosa y que está afuera y que nos hace sentir indefensos y atrapados.(...)

Y el hedor de América es todo lo que se da más allá de nuestra populosa y cómoda ciudad natal. Es el camión lleno de indios, que debemos tomar para ir a cualquier parte del altiplano, y lo es la segunda clase de algún tren y lo son las villas miseria, pobladas por correntinos, que circundan Buenos Aires.

Se trata de una aversión irremediable que crea marcadamente la diferencia entre una supuesta pulcritud de parte nuestra y un hedor tácito de todo lo americano. Más aún, diríamos que el hedor entra como categoría de todos nuestros juicios sobre América, de tal modo que siempre vemos a América con un rostro sucio que debe ser lavado para afirmar nuestra convicción y nuestra seguridad. Un juicio de pulcritud se da en Ezequiel Martínez Estrada cuando expresa que todo lo que se da al norte de la pampa es algo así como los Balcanes. Y lo mismo pasaba con nuestros próceres, también ellos levantaban el mito de la pulcritud y del hedor de América, cuando creaban políticas puras y teóricas, economías impecables, una educación abundosa y variada, ciudades espaciosas y blancas y ese mosaico de republiquetas prósperas que cubren el continente.

La categoría básica de nuestros buenos ciudadanos consiste en pensar que lo que no es ciudad, ni prócer, ni pulcritud no es más que un simple hedor susceptible de ser exterminado. Si el hedor de América es el niño lobo, el borracho de chicha, el indio rezador o el mendigo hediento, será cosa de internarlos, limpiar la calle e instalar baños públicos. La primera solución para los problemas de América apunta siempre a remediar la suciedad e implantar la pulcritud.

La oposición entre pulcritud y hedor se hace de esta manera irremediable, de tal modo que, si se quisiera rehabilitar el hedor, habría que revalidar cosas tan lejanas como el diablo, Dios o los santos.(...) Y eso ya es como una revelación, porque habrá que romper el caparazón de progresismo de nuestro ciudadano, su mito inveterado de la pulcritud y ese fácil montaje de la vida sobre cosas exteriores como ciudad, policía y próceres.

Pero, claro está que se nos pasó el siglo de las revelaciones. Sería desusada e incómoda una revelación hoy en día y menos cuando ella ocurre en el plano individual. Quedan, sin embargo, las revelaciones colectivas como lo fue la Revolución Francesa. En este caso los iniciados -que eran los burgueses de nuestro siglo- ejecutaron a Luis XVI porque sabían que estaban en la verdad. Y, para retomar nuesta terminología, diríamos que la burguesía de entonces constituía algo así como la solución hedienta para la aristocracia francesa. Como la historia europea se encauzó luego por la senda de aquéllos y no de éstos, la muerte del rey no fue un crimen sino un acto de fe. La destrucción del rey y de las cosas de la aristocracia puso en vigencia la revelación que habían sufrido los revolucionarios.

Claro que en América ese tipo de revelación no pasó nunca a mayores, porque siempre careció posteriormente de vigencia. En todos los casos se trataba del hedor que ejercía su ofensiva contra la pulcritud y siempre desde abajo hacia arriba. Arriba estaban las pandillas de mestizos que esquilmaban a pueblos como los de Bolivia, Perú o Chile. En la Argentina eran los hijos de inmigrantes que desbocaban las aspiraciones frustradas de sus padres. Contra ellos luchaban los de abajo, siempre en esa oposición irremediable de hedientos contra pulcros, sin encontrar nunca el término medio. Así se sucedieron Túpac Amaru, Pumacahua, Rosas, Peñaloza, Perón, como signos salvajes. Todos ellos fueron la destrucción y la anarquía, poque eran la revelación en su versión maldita y hedienta: eran, en suma, el hedor de América.(...)"


Fragmento de Introducción a América, primera parte de América profunda, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1999, p. 23-26.


Me gusta imaginar que quizás el Barba Manuel Castilla y el Cuchi Leguizamón se cruzaron con Rodolfo Kusch, allá en Salta, y se pasaron horas hablando de leyendas andinas, de duendes, dioses y tesoros perdidos... Y aunque no haya sido así, seguramente el mismo paisaje que inspiró a Kusch, le debe haber inspirado esto al Barba y al Cuchi:


7 comentarios:

Félix Lunático dijo...

Una duda, Rosas y Peñaloza se enfrentaron, ¿cuál era el pulcro y cuál el salvaje?. Me parece que Kusch muy poco sirve para analizar la historia.

Rafa dijo...

Fèlix:
Correcto, Rosas y Peñaloza se enfrentaron. Pero me parece que para el análisis de Kusch eso no es relevante ya que su enfoque apunta contra la "mirada civilizada" que decide quién es pulcro y quién salvaje. Recordemos que un paradigma del "civilizador" como Sarmiento combatió a Rosas sin descanso y participó y se congratuló cuando el asesinato del Chacho, para él los dos eran salvajes. Kusch podría haber nombrado a Artigas, López y Ramírez o a Atahualpa y Huáscar y hubiera significado lo mismo. Aunque hubo enfrentamientos entre ellos, finalmente todos fueron derrotados por la "civilización".

Sin ser específicamente un historiador, Kusch se centra en procesos históricos de largo alcance. Sería un error aplicar sus conceptos a cualquier episodio en particular. Aunque seguramente en algunos casos sí, se me ocurre p.ej. el 17/10/1945.

Gracias y saludos.

Félix Lunático dijo...

Veamos... López era un caudillo urbano de bases urbanas, así que debería ubicarlo entre los pulcros. Urquiza era un caudillo de esos bien hediondos, sin embargo fue un pilar de la organización constitucional de los civilizados. Para calzar la hipótesis de blanco vs negro hay que olvidarse si no ocultar de la evidencia bien conocida.

Al reducir la historia a civilización y barbarie se le caen varias sotas por el camino. Pero no vendré a hacerlo abjurar de su fe inquebrantable. Bah, a lo mejor sí, le dejo un link a un artículo de un menemista que razona como usted con el paradigma de la civilización contra la barbarie. Según él usted es un pulcro antimenemista, mientras que los argentinos de tez morena son menemistas. Esto lo escribió cuando se sabía muy bien que representaba el heredero del hediondo Facundo Quiroga, en 1995 el autor divagaba sobre la división nacional, claro, para él menemismo representaba lo latinoamericano (recuerde al Palito Ortega y al más moreno Erman González)

No negaré que en algunos sectores de la clase media y hasta de la clase baja subsisten algunas pautas del viejo racismo anticabecita, pero después Ke Menem si seguimos pensando a lo kusch o a lo Jauretche entonces estamos fosilizados. Y alguien debería avisarnos que morimos hace tiempo. O por lo menos que murió nuestra capacidad de plantearnos nuevos paradigmas.

http://www.ensayistas.org/antologia/XXA/aguirre/

Salute.

achachila dijo...

Un saludo Rafa, y una satisfacción por el recuerdo de Rodolfo Kusch y su América Profunda. Un pensador nuestro (nacional y popular) que es hoy todavía ocultado en las universidades, en los profesorados, en todos los ámbitos educativos. Es importante traer sus ideas al presente cuando seguimos hegemonizados por "el patio de los objetos" de la "civilización" y la racionalidad instrumental de la modernidad. Hace unos pocos años recorrí la quebrada de Humahuaca con mi familia, y allí en Maimará encontré la casa donde Rodolfo vivió los ultimos años de su vida y realizó muchos de sus escritos. Su mujer; Elizabeth Lanata nos hizo pasar y pudimos observar (estar nomás)su lugar de trabajo. Leer sus escritos despues de esa experiencia nos cambió nuestra percepción de nuestra America y del mundo real.
Un abrazo, Ricardo

Laura dijo...

Ah, no! Así no se puede empezar un lunes (aunque usted lo haya publicado antes, para mí empieza a "existir" en este momento en que lo estoy leyendo!)
Ha tocado puntos sensibles, así que le4 ejo un abrazo y me voy tarareando el bailecito...

Rafa dijo...

Félix:
Veo difícil que nos pongamos de acuerdo ya que estamos hablando de cosas distintas. Lòpez habrá sido urbano y pulcro, pero cuando tras la batalla de Cepeda en 1820 sus gauchos y los de Ramírez ataron sus caballos en la Pirámide de Mayo, los porteños "civilizados" sintieron terror y repulsión por la invasión de los "bàrbaros". Eso no quita que después ambos caudillos se hayan vuelto tranquilamente a sus pagos y se dedicaran a combatir a su antiguo jefe Artigas, para regocijo del puerto. Una cosa es la existencia de las masas federales postergadas y otra las actitudes de sus líderes del momento. Lo mismo se podría aplicar a Urquiza.

La cita que aporta no modifica las cosas. Sin duda que el carisma popular del de Anillaco sedujo a muchos intelectuales de la línea nacional y popular, influidos también por el rechazo que el riojano despertaba en el "progresismo blanco". Ahora, si algunos mantuvieron esa adhesión cuando ya se conocían sus políticas concretas, eso no es culpa de Rodolfo Kusch aunque lo hayan citado. En nombre de Jesucristo o de Carlos Marx se han cometido las peores aberraciones y no por eso se los condenó al olvido.

Además se equivoca, Kusch no reduce la historia a civilización o barbarie sino que diferencia la "pequeña historia" de los próceres, batallas o episodios puntuales de la "gran historia" que es la de la especie humana y se desarrolla en una escala de tiempo totalmente distinta.

Discrepo absolutamente con Ud. sobre el pensamiento de Kusch y de Jauretche. No se trata de fosilizarse sino de recuperar, reelaborar y resignificar sus ideas para interpretar la realidad actual. Por supuesto que la experiencia con CSM marcó a fuego al movimiento popular y habrá que tenerla muy en cuenta al pensar las coyunturas políticas.

Saludos.

Rafa dijo...

Ricardo:
Muchísimas gracias por tu comentario. Concuerdo con vos en el olvido y el ocultamiento actual de Kusch, un pensador sin duda muy incómodo para cierto establishment académico.

Qué suerte que hayas podido estar en Maimará y conocer de cerca el lugar en que vivió y trabajó Kusch. Ojalá pueda hacerlo yo en algún momento.

Un gran abrazo.


Laura:
Jeje, yo sabía que con este post te iba a mover la estantería!!

Un besote!