jueves, febrero 28, 2008

¡Aguante el Estado y la Universidad pública!

De vuelta a la blogósfera y no demasiado inspirado por la actualidad, prefiero traer un texto de Guillermo O'Donnell, a quien desde hace rato quería dedicarle un post para acompañar a éste de Alejandro de La Barbarie. Se trata de una conferencia que O'Donnell expuso en la Universidad Nacional de San Martín al dar inicio al año lectivo 2007.


Reflexiones desde la Universidad Pública sobre el Estado y la Democracia

¿Cuál sería el papel de la Universidad estatal en la tarea de expansión y profundización de la democracia? Ésta es la pregunta que quiero abordar en esta lección.

Sabemos que el Estado tiene muchas caras, la cara de las grandes escenas de la política, el presidente, el congreso, las leyes, las ceremonias; la cara de las grandes celebraciones nacionales en las cuales el Estado y los gobiernos nos hablan de encarnar una nación a cuyo servicio dicen estar; las caras opacas, malhumoradas, a veces agresivas de la burocracia.

Una de esas caras son estas universidades, ellas son un componente del abigarrado complejo institucional que llamamos Estado. Para cierto empirismo, predominante en las corrientes de las ciencias sociales contemporáneas, esta multiplicidad de caras implica una visión que disuelve por completo la entidad del Estado. Sólo existen estas burocracias, no es posible reconstruir un concepto teórico, y por lo tanto también operativo, del Estado.

Construir este concepto teórico, recomponerlo en su carácter multifacético, es un gran desafío para una teoría del Estado, sobre todo para quienes quieren concebirlo como un agente propulsor de democracias mejores. Ésta es la motivación que subyace a estas palabras y que guía nuestras múltiples investigaciones en la Escuela de Política y Gobierno cuyo director es Marcelo Cavarozzi y las tareas en el CIDAE que me toca dirigir.

Tal concepción empirista se corresponde con la conciencia ordinaria, la imagen que los ciudadanos se forman del Estado que resulta de la compleja composición de los mencionados encuentros multifacéticos a los que se le suman las visiones de las escenas distantes de las grandes ceremonias. Por todo esto, se hace muy difícil recomponer una mirada del Estado sobre la cual se pueda actuar.

Ese empirismo y esa conciencia ordinaria suelen conducir a una visión impotente, la cual ha sido consecuente con las llamadas teorías neoliberales que ayudan a demonizar y a caracterizar la impotencia substancial del Estado para proponerse tareas que no sean sólo la de amoldarse a la llamada dinámica de los mercados.

Es un error concebir al Estado sólo como un conjunto de burocracias. Hay por lo menos otras tres dimensiones que conforman al Estado: el Estado como foco de identidad colectiva, el Estado como filtro, delimitador de todo aquello que queda fuera de ese estado particular, el Estado como sistema legal, entramado de normas legales que define y ordena a una sociedad, que cuando funciona adecuadamente es un gran ordenador y garante de las relaciones sociales que norma.

Pero quiero referirme particularmente a un subtipo de este Estado, aquel que además de lo dicho, contiene un régimen democrático, como lo es nuestro caso en la Argentina. Esto implica, por su definición, elecciones, razonablemente competitivas y limpias, y un conjunto de las llamadas libertades políticas.

Lo que cabe resaltar es que, en este concepto de régimen democrático, ya está el Estado. Para que estas elecciones y estas libertades efectivamente rijan, hace falta algún segmento de burocracia del Estado y algún grado de efectividad de sus normas. No hay democracia política ni régimen democrático sin un Estado que al menos parcialmente encarne y viabilice dicho régimen.

Esto nos lleva a tener que considerar otro subtipo: el Estado democrático.

Este Estado abarca y encarna una democracia más plena que la que brinda un régimen político democrático. Por el régimen político somos instituidos ciudadanos políticos, pero en la realidad sociológica de muchos países, incluso del nuestro, esta ciudadanía no está completada por un grado mínimamente pleno de ciudadanía civil y social. Completar la ciudadanía civil y social implícita en la ciudadanía política es el desafío abierto en el horizonte de la democracia, y es el desafío que enfrentamos nosotros.

El Estado democrático, aunque sea parcialmente, nos hace portadores de derechos que tenemos que autenticar una y otra vez. El Estado, en democracia, interpela a ciudadanos y no a súbditos. Aunque diariamente se constate lo contrario, tenemos el derecho de dirigirnos a cualquier entidad del Estado como portadores de derechos y no como suplicantes de los bienes que tal vez se nos quieran brindar. Al adjudicarnos algunos derechos y obligaciones el régimen democrático nos constituye como ciudadanos políticos, lo que quiere decir, que somos el origen de la autoridad según la cual las instituciones del Estado y el gobierno ejercen los poderes que les han sido conferidos.

El ejercicio de las libertades propone ineluctablemente lo que Habermas llamó: una "esfera pública". Esta esfera es la intermediaria en el proceso de autentificación del Estado mediante el reconocimiento efectivo de las libertades de los ciudadanos. En estos procesos, sólo a veces y nunca por completo totalmente, el Estado deviene público.

La Universidad estatal no es necesariamente pública, serlo es un logro difícil y frágil. Estas universidades por ser estatales tienen la obligación de reconocer como ciudadanos a todos aquellos con quienes interactúan y, en tanto parte del sistema educativo, tiene la obligación adicional de ayudar a formar a las ciudadanas y ciudadanos que admitan un régimen cada vez más democrático.

Hay un largo camino por recorrer, parte de ese camino debe surgir de un Estado que, al producir decisiones que apuntan eficaz y consistentemente al logro de diversos aspectos del bien público, se vaya haciendo cada vez más público. En este sentido, pocas instituciones del Estado tienen tanta responsabilidad de hacerse realmente públicas como las universidades estatales nacionales.

Se trata no sólo de que estas universidades se empeñen en enseñar bien y en fomentar la creatividad y la investigación en todos sus miembros, sino además, de participar en la esfera pública ofreciendo ejemplarmente el bagaje de conocimientos fundados en trabajos de alta calidad intelectual y científica.

Una Universidad que se hace pública no es una universidad neutral, sino una universidad que reconoce sus libertades y responsabilidades en el hecho de ser en y para una democracia que es valiosa en sí misma pero que necesita grandes esfuerzos para expandirla. Por eso tal Universidad impregna sus enseñanzas con la vocación de contribuir a su formación de ciudadanos y ciudadanas que, por la alta educación que reciben, tienen especial responsabilidad en la construcción y expansión de la democracia.


("Lectio brevis, flauta traversa y violín" - Resumen por Jorge Fernández. 360* - Cuaderno de Bitácora UNSAM, Año 1 Nº 1, agosto de 2007, pp. 12-13.)