jueves, julio 26, 2007

Si él lo dice...


Aunque a algunos nos cueste entenderlo, todavía hay quienes creen en una Argentina paradisíaca previa a 1943. Hasta que llegó el peronismo, ese engendro nazifascistoide, a arruinarlo todo.

Qué mejor entonces, para aproximarnos a la verdad, que leer lo que escribió un antiperonista ilustre, el Dr. Alfredo L. Palacios.

"Un criterio equivocado e inhumano, y una política extraviada de los verdaderos intereses nacionales han conducido al país a una inflación ostentosa, en las grandes urbes, a costa del olvido de las condiciones de existencia de las provincias del interior, a la vez que a un refinamiento y selección de los ganados, junto a un empobrecimiento progresivo de la raza que ha poblado nuestro suelo y que con su abnegación y sacrificio ha cimentado y nutrido la grandeza de la Nación.

Esto no es una simple apreciación, ni una hipótesis aventurada: es un hecho consumado, difícil de corregir.

Frente a él, se levanta una perspectiva pavorosa: la del porvenir de innumerables pequeñuelos argentinos, tarados por las enfermedades que engendra la miseria y condenados a una existencia tan estéril como deleznable y dolorosa.

Hoy estamos a tiempo, todavía, si enfrentamos el problema con la urgencia angustiosa que requiere, de rectificar la orientación suicida en que se encuentran comprometidos la vida y el porvenir de nuestro pueblo.

Es preciso, para ello, que arranquemos a la servidumbre del hambre y de la ignorancia a las futuras generaciones de esos humildes argentinos que mañana pueden ser los defensores del sagrado patrimonio de nuestras libertades.

Es innegable ya, para todos, que la fuerza y la riqueza de un país se basa, más que en las fuentes naturales y en la extensión de sus tierras, en la cantidad y calidad de su elemento humano.

Nada vale la naturaleza si no existe quien la explote y la transforme, y nada vale la máquina siquiera, sin el hombre que ha de dirigirla.

No podremos ser jamás un pueblo grande, responsable y progresista si carecemos de ciudadanos íntegros, física y moralmente, que sean capaces de explotar nuestras ingentes riquezas y de administrar y defender el patrimonio de nuestra cultura hereditaria.

El lema proclamado por Alberdi y que ha inspirado hasta hoy nuestra política inmigratoria: 'Gobernar el poblar', hemos de corregirlo así: 'Gobernar es fortalecer, instruir y educar al ciudadano'.

Estamos en una época en que la brusca invasión de la mecánica en las producciones industriales y en las relaciones económicas va colocando a los pueblos en presencia de esta disyuntiva: educar a los hombres para que sean capaces de dirigir y manejar a la máquina, o conducirlos a la desocupación y el hambre para eliminarlos indirectamente.

Para esta última solución, que es absurda, aparte de que entraña la amenaza de hondas perturbaciones sociales, nosotros no tenemos ni siquiera la excusa del excedente de población.

Como ya he dicho otras veces, en esta noble tierra nuestra, el gran desocupado es el suelo.

Entre nosotros la máquina, si la sabemos utilizar en beneficio común, cumplirá eficazmente su misión de elevar al obrero, dándole la dignidad de administrador inteligente de las fuerzas naturales, y con ellos podremos realizar la maravilla de fertilizar nuestros desiertos.

Lograremos, de este modo, redimir a la tierra de su esterilidad, y de su dolor y su miseria, al hombre.

Para conseguirlo, sólo es necesario que procedamos con un concepto de economistas, sabiendo que el elemento humano es el fundamento de nuestra riqueza.

Disponemos de todos los recursos que se requieren para formar un pueblo eminente, poderoso, libre y próspero, que sea un ejemplo en el mundo.

Bastará para alcanzar el propósito superior de formar ese pueblo, que a su servicio pongamos el aliento generoso y el impulso constructivo y fraternal que reclama toda gran empresa."

Del libro El dolor argentino (1938). Citado en El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX de José Luis Romero, Ediciones Nuevo País - Biblioteca Actual, 1987, pp. 175-176.


De paso, si alguien piensa que este texto no tiene nada que ver con la actualidad, puede darse una vuelta por acá.

Ah, Manolo, gracias por esto. Y lo prometido es deuda.

miércoles, julio 25, 2007

Ha-Joon Chang

Gracias a un post del Escriba descubrí este artículo del economista coreano Ha-Joon Chang, a quien ya conocía por el trabajo "Patada a la escalera: la verdadera historia del libre comercio" (está en la biblioteca de Homoeconomicus). Habrá que recordar este nombre ya que es alguien que hoy en día nos habla de las cosas que la ortodoxia neoliberal prefiere ocultar. Para tratar de agregar algo a lo del Escriba y a esta otra entrada de Luz Mala, transcribo algunos párrafos del artículo de Chang que tienen que ver con la Historia (traducción propia):

"(...) En 1721, el primer ministro británico Robert Walpole lanzó un programa industrial que protegía y promovía a los fabricantes ingleses contra competidores superiores de los Países Bajos, entonces el centro manufacturero de Europa. Walpole declaró que "nada contribuye tanto al bienestar público como la exportación de bienes manufacturados y la importación de materias primas extranjeras". Entre la época de Walpole y la década de 1840, cuando Gran Bretaña comenzó a reducir sus aranceles (aunque no se pasó al libre cambio hasta los años 1860), el arancel industrial promedio en Inglaterra estuvo en el orden de 40-50%, comparado con 20% y 10% en Francia y Alemania respectivamente.

Los Estados Unidos siguieron el ejemplo británico. En realidad, el primer argumento sistemático de que en economías relativamente atrasadas las industrias nuevas requieren protección antes de poder competir con sus rivales extranjeros -conocido como el argumento de la "industria naciente"- fue desarrollado por el primer secretario del Tesoro norteamericano, Alexander Hamilton. En 1789, Hamilton propuso una serie de medidas para lograr la industrialización de su país, incluyendo aranceles proteccionistas, subsidios, liberalización de la importación de insumos industriales (así que no se trataba de un "manto protector" para todo), patentes para invenciones y el desarrollo del sistema bancario.

Hamilton era perfectamente consciente de los peligros potenciales de la protección a la industria naciente, y advirtió contra el llevar demasiado lejos estas políticas. Él sabía que así como algunos padres son sobreprotectores, los gobiernos pueden favorecer demasiado a las industrias nacientes. Y de la misma manera que algunos niños manipulan a sus padres para que los mantengan más allá de la infancia, hay industrias que prolongan la protección gubernamental a través de un "lobbying" inteligente. Pero la existencia de familias disfuncionales no es un argumento contra la paternidad en sí misma. Del mismo modo, los ejemplos de mal proteccionismo simplemente nos dicen que esa política debe ser usada sabiamente.

Al recomendar un programa de industrias nacientes para su joven país, Hamilton, un osado ministro de finanzas de 35 años con solamente un título en artes liberales de un college de segunda clase (King's College de Nueva York, hoy en día Universidad de Columbia) estaba ignorando abiertamente el consejo del economista más famoso del mundo, Adam Smith. Al igual que la mayoría de los economistas europeos de la época, Smith le aconsejaba a los norteamericanos no desarrollar la industria. Él argumentaba que cualquier intento de "frenar la importación de manufacturas europeas" iba a "obstruir... el progreso de su país hacia la riqueza y la grandeza verdaderas".

Muchos norteamericanos -notoriamente Thomas Jefferson, en ese momento secretario de Estado y archienemigo de Hamilton- discrepaban con Hamilton. Ellos argüían que era mejor importar de Europa productos manufacturados de alta calidad con los recursos que el país conseguía de sus exportaciones agrícolas, que tratar de producir manufacturas de calidad inferior. Como resultado, el Congreso sólo aceptó con poco entusiasmo las recomendaciones de Hamilton -aumentando la tasa arancelaria promedio de 5% a 12,5%.

En 1804, Hamilton fue muerto en un duelo por el entonces vicepresidente Aaron Burr. Si hubiera vivido una década más, habría visto a su programa aplicado plenamente. Después de la guerra anglo-norteamericana de 1812, los EE.UU. empezaron a moverse a una política proteccionista; para la década de 1820, el arancel industrial promedio había aumentado a 40%. Para los años 1830, la tasa arancelaria industrial promedio de Norteamérica era la más alta del mundo y, salvo por algunos breves períodos, se mantuvo así hasta la Segunda Guerra Mundial, momento en el cual su supremacía industrial era absoluta.

Gran Bretaña y los Estados Unidos no fueron los únicos países practicantes de la protección a la industria naciente. Virtualmente todos los países ricos de hoy usaron medidas políticas para proteger y promover a sus industrias nacientes. Aún cuando el nivel general de proteccionismo era relativamente bajo, algunos sectores estratégicos podían conseguir una protección muy elevada. Por ejemplo, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, Alemania, mientras mantenía una tasa arancelaria industrial promedio relativamente moderada (5-15%), le acordó una fuerte protección a industrias como las del hierro y el acero. Durante el mismo período, Suecia le otorgó una alta protección a sus industrias ingenieriles emergentes, aunque su tasa de arancel promedio era de 15-20%. En la primera mitad del siglo XX, Bélgica mantuvo niveles moderados de protección general pero protegió fuertemente sectores textiles clave y la industria siderúrgica.(...)"

Chang también se refiere a otras políticas usadas en su momento por los países desarrollados, tales como subsidios de exportación, restricciones a la inversión extranjera, desarrollo de empresas de propiedad estatal, no reconocimiento de patentes foráneas, etc. Y al referirse a que hoy en día esos países le recomiendan y le imponen a los países en desarrollo políticas que van en contra de su propia experiencia histórica, Chang menciona al economista alemán Friedrich List. Quien en 1841 criticó a Gran Bretaña por predicar el libre comercio a otros países cuando ella había logrado su supremacía económica a través de aranceles y subsidios, acusando a los ingleses de "patear la escalera" que ellos mismos habían usado para llegar a ser la primera potencia económica mundial. Cualquier semejanza con la actualidad, no es pura coincidencia.

En fin, a partir de ahora los Nac&Pop vamos a poder citar abundantemente a Ha-Joon Chang, joven economista del Primer Mundo, y de paso dejaremos descansar un poco al viejo Jauretche que hablaba de cosas parecidas hace 40 años. Seguramente eso nos dará un poco más de prestigio y evitará que nos califiquen de nostálgicos que nos quedamos en el tiempo.


P.S.: gracias al post de Luz Mala encontré esta entrevista que Julio Sevares le hizo a Chang para Clarín, cuando el coreano nos visitó en 2005.

jueves, julio 19, 2007

Noticias del Chaco

(Advertencia: en este post no se nombra a la chaqueña más famosa.)
Hace tiempo me gustaba lo que escribía Mempo Giardinelli y solía coincidir con sus ideas, hasta que en 2001 se convirtió en el profeta de la debacle y de los nuevos tiempos que sobrevendrían después de cumplido el "que se vayan todos". Ahí le saqué tarjeta roja.

Ahora parece que el hombre ya se ha tranquilizado un poco. Y en una nota publicada en el Nº 224 de la revista Debate (del 28 de junio pasado) nos trae un poco de sensatez provinciana que, en esta ciudad y en estos días, no viene nada mal.


El bosque y los árboles
por Mempo Giardinelli
mgiardinelli@revistadebate.com.ar

Bueno, el señor Macri gobernará la Capital; el ARI y Fabiana Ríos harán su primera experiencia de gestión en Tierra del Fuego; Huracán volverá a la primera división del fútbol argentino después de mucho tiempo [1] y aquí en el Chaco la tala criminal de bosques sigue y seguirá como si nada. No en vano somos una de las provincias con mayor deforestación.

En la Argentina desaparecieron en los últimos cuatro años más de 1.100.000 hectáreas de bosques nativos, según informa el diario porteño La Nación. Esta indetenible tala de grandes superficies que se destinan a la agricultura -sobre todo al cultivo de soja- es especialmente brutal en las provincias de Chaco, Córdoba, Formosa, Salta, Santa Fe y Santiago del Estero.

El caso más alarmante es el santiagueño, con 515.228 hectáreas menos en cuatro años, que representan 25 veces el tamaño de toda la ciudad de Buenos Aires, según datos de la Secretaría de Medio Ambiente de la Nación.

El otro caso dramático es Salta, donde entre 2002 y 2006 se cortaron 414.934 hectáreas de bosques nativos, con un aumento en la tasa de desmonte de más del doble en comparación con el período 1998-2002. Una velocidad para eliminar bosques, por cierto, que en estas dos provincias supera al promedio mundial, incluso el de los países africanos.

En el Chaco, de acuerdo a estadísticas de Greenpeace, entre 2002 y 2004 se deforestaron 71.446 hectáreas, la mayor parte en los departamentos limítrofes con Santiago del Estero.

Y, aunque el Senado estudia desde hace más de un año la sanción de la Ley Nacional de Bosques, ésta es resistida -insólitamente- por parte de gobiernos y dirigencias de las provincias del Norte, casi todos largamente sospechados de corrupción y cuyos gobernantes han sido más de una vez vinculados a negocios turbios con tierras públicas.

Sirva de muestra este hecho: mientras esta nota se escribe, todavía se aguarda aquí una autorización judicial para confiscar las maquinarias utilizadas en un desmonte ilegal detectado el fin de semana pasado en unas 1.300 hectáreas de la zona de Pampa del Infierno. Un allanamiento por parte de inspectores de la Dirección de Bosques al predio fue frenado en el acto, y la Justicia chaqueña no da curso al pedido de incautación de las máquinas que hicieron el desmonte, las cuales -seguramente- en estas mismas horas ya estarán cortando bosques en las cercanías. Y así siguiendo.

Claro que en Buenos Aires la desaparición de los bosques argentinos no interesa demasiado. El escenario político nacional no ha cambiado gran cosa, como era previsible, porque después de todo sólo se trató de una elección municipal en la ciudad más grande del país y de otra en la provincia más pequeña. Fueron comicios importantes, desde luego, pero por ahora nada va a cambiar y los problemas nacionales seguirán siendo los mismos.

Sin embargo el exitismo neomacrista ya sueña con presidencias extraboquenses, mientras el hartazgo y la frivolidad clasemedieras se llaman falta de energía, gran hermano, escasez de gas, bailando por un sueño, inseguridad en las calles, apología de la Nada, trenes infames, la increíble Secretaría de Transportes que-no-se-toca y la histeria colectiva fogoneada por miles de taxistas adoctrinados por Radio 10. [2]

En provincias solemos pensar que no se puede vivir dramatizando todo, todo el tiempo, como hacen los porteños. No tiene sentido, aunque tampoco parece tener destino, para decirlo anagramáticamente. Pero ahí está el sistema multimediático nacional para convencer a la ciudadanía, como siempre, de que le conviene lo que la atormenta.

En cambio lo que sí parece que tuvo sentido fue la Convención Constituyente correntina. El 10 de junio pasado y después de meses de arduos debates se juró la nueva Constitución de la Provincia de Corrientes, que prohibe acceder a bienes inmuebles ubicados en zonas de seguridad, áreas protegidas o de recursos estratégicos, a extranjeros no residentes ni nacionalizados, ni a sociedades conformadas por ciudadanos o capitales foráneos. Por 31 votos contra siete se estableció la soberanía correntina sobre sus recursos hídricos, o sea los Esteros del Iberá, declarados "patrimonio estratégico, natural y cultural de la Provincia".

Una cuestión que desatará duros debates (en esta misma página ya nos ocupamos del proyecto Douglas Tompkins [3], y varias veces de problemas acuíferos y ambientales) pero que para millares de porteños sólo parece -y seguirá pareciendo- otro asunto de marcianos, o poco menos.


[1] O sea, seis puntos anuales asegurados para su papá campeón, el Ciclón.
[2] Hoy, a veintipico días de escrita la nota, cada uno puede alargar este listado a piacere.
[3] Acá encontré un artículo anterior de Mempo sobre este asunto. Y ya que estamos, aquí podemos leer un reportaje reciente al bueno de Mr Tompkins.

lunes, julio 16, 2007

Hurgando en el Museo

Manuel Belgrano ha sido sin dudas un hombre poco afortunado, tanto en la vida como en la muerte. No sólo padeció la ingratitud de sus compatriotas y terminó sus días en la más absoluta miseria, sino que el último objeto de valor que poseyó, el reloj que le fuera regalado por el rey Jorge III de Inglaterra y que dejó como pago a su médico y amigo Joseph Redhead, ha sido robado del Museo Histórico Nacional. No es el primer robo post mortem que sufre Belgrano, hace cosa de un siglo ciertos personajes notorios quisieron afanarle algunos dientes.

Y pese a todo lo que nos inculcan desde la escuela sobre Belgrano, el hombre sigue siendo poco conocido. Recorriendo blogs encontré este sentido homenaje que le hizo Luz Mala. Y también pude leer varias notas que le dedicó Manuel Fernández López, cuya sección El baúl de Manuel en Cash suele ser de lo más instructivo y disfrutable del Página/12 dominical. Donde podemos leer lo que sigue, sobre el pensamiento y la actuación de Belgrano en lo referido a la educación:
Cada cual tiene, necesariamente, su propio padre natural. Pero la Patria, esa mezcla de suelo y sociedad, en la que uno nace, crece, trabaja, ama y engendra sus hijos, ¿qué padre tiene? En un país que se lanzó a la historia casi inhabitado, y que se hizo grande por la incorporación de extranjeros de todas las latitudes, el rango de padres de la Patria corresponde a los individuos que logran cohesionar a una sociedad heterogénea dentro de una comunidad de destino, más que una comunidad de origen. El mérito grande de Belgrano, fue proponer, antes aun que Sarmiento naciera, la educación como principal camino del crecimiento, el desarrollo y el progreso. “Sin saber, nada se adelanta”, decía en 1795. Y añadía: “Jamás me cansaré de recomendar la Escuela y el premio, nada se puede conseguir sin esto”. La enseñanza debía comenzar en la primera infancia, proporcionando “una regular educación, que es el principio de donde resultan ya los bienes, ya los males de la sociedad. Uno de los principales medios que se deben adoptar a este fin son las escuelas gratuitas adonde pudiesen los infelices mandar a sus hijos sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción; allí se les podía dictar buenas máximas, e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde no reine éste, decae el comercio y toma su lugar la miseria; las artes que producen la abundancia, que las multiplica después en recompensa, perecen, y todo desaparece”. La educación primaria debía alcanzar a todo punto en que residiese algún grupo humano: “Estas escuelas debían alcanzar, primero, a todo niño sin distinción de sexo, con escuelas gratuitas para las niñas; y segundo, ‘promoverse en todas las ciudades, villas, y lugares’ del país”. Después de aprender los rudimentos de las primeras letras, la educación debía continuarse, orientada a la producción, y en ella cada sector productivo hallaba un saber específico. Para el adelanto agrícola, sugería “una escuela práctica de agricultura”. Para la industria, “una escuela de dibujo, que sin duda es el alma de las Artes” y “escuelas de hilazas de lana”, extensibles al “hilado de algodón”. Y para el comercio, “una Escuela titulada de Comercio” y “una Escuela de Náutica”. Cada escuela técnica se correspondería con sus respectivas unidades de producción: la de Dibujo, con las “Artes y Fábricas”; la de hilazas de lana, con el aumento de las fábricas respectivas, etc.

Y sobre el pensamiento económico belgraniano, prácticamente desconocido (u ocultado), estos párrafos:
Ambos padres de la patria coincidieron al momento de fijar normas para el comercio exterior, que consolidasen la independencia política recién proclamada y evitasen fugas de metálico en compras innecesarias. Primero fue Belgrano, desde las páginas del Correo de Comercio, a poco más de tres meses del 25 de Mayo de 1810. Después fue San Martín, quien, luego de proclamar la independencia del Perú, el 28 de septiembre de 1821 dictó el Reglamento Provisional de Comercio, que declaraba libre el comercio interior y fijaba fuertes aranceles para las mercancías importadas, en especial aquellas cuya introducción compitiese con la industria peruana.(...)

(...) Propone insertar al propio país en la economía mundial (deseaba “que formásemos una de las naciones del mundo”, escribe Belgrano), pero no como colonia –como proveedor de materia prima–, sino como nación soberana, que decide qué exportar y qué importar. Permitir la importación de mercancías que compiten con las producciones locales e impiden su crecimiento es un error político, que deja sin empleo las manos del país y sin oportunidad de inversión a los capitales nacionales. Y escribe: la importación de mercancías que impiden el consumo de las del país, o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo, lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación. Abrir las puertas a las manufacturas extranjeras, como Belgrano mismo propuso en 1809 (“franquear el comercio a los ingleses en la costa del Río de la Plata”) había sido un ardid, para “dar el primer golpe a la autoridad española”. Pero en un régimen de soberanía política, el país debe procurar la transformación de su propia materia prima. Belgrano escribe: “El modo más ventajoso de exportar las producciones superfluas de la tierra es ponerlas antes en obra, o manufacturarlas”. Recíprocamente, la importación de materia en bruto, y su industrialización en el país, rinde más que hacerlo como manufactura. Belgrano dice: “La importación de las materias extranjeras para emplearse en manufacturas, en lugar de sacarlas manufacturadas de sus países, ahorra mucho dinero y proporciona la ventaja que produce a las manos que se emplean en darles una nueva forma”. Estas ideas no eran originales de Belgrano. Las hallamos en Arteta de Monteseguro y en Genovesi, quien a su vez las tomó de autores precedentes. Son “principios que los ingleses, el pueblo más sabio en el comercio, proponen en sus libros para juzgar de la utilidad o de la desventaja de las operaciones de comercio”, escribe Belgrano. Suponen el estudio de la Economía Política, y la selección de los capítulos más útiles al propio país.

lunes, julio 02, 2007

Pueblo

Hace unos días el diario de Bartolo publicó un engendro cuyo autor se pregunta si el concepto de pueblo no es "una idea alienante, poseedora de un sentido al que correspondería llamar 'fascista'". Frente a esto, y sin dejar de pensar que un visitante intergaláctico probablemente tendría mayor comprensión de la realidad que este personaje, prefiero recordar las luchas anónimas de nuestro pueblo, ese que en gran parte lloró hace 33 años la muerte de su líder. En este aniversario Manolo nos regaló una evocación de un episodio vivido en ocasión del primer retorno de Juan Domingo Perón al país, el 17 de noviembre de 1972. Aquí traigo el recuerdo de otro hecho ocurrido ese mismo día, en homenaje a sus protagonistas, los miles de ciudadanos que salieron desarmados a las calles dispuestos a encontrarse con el General, aún sabiendo que iban a enfrentar la represión, y el capitán José Luis D'Andrea Mohr, militar democrático y luchador por los derechos humanos (quien no era peronista). Lo que sigue es parte de un diálogo que mantuvo hace varios años con María Ester Gilio.


MEG: ¿Eficiencia en qué terreno? [refiriéndose a las tareas de entrenamiento que en esa época realizaba D'Andrea Mohr en el Ejército]

JLDAM: En toda forma de combate urbano. Manejo de todo tipo de armas y explosivos. En ese año, el 17 de noviembre de 1972 Perón regresó al país.

MEG: Por primera vez después del '55.

JLDAM: Casi un año después volvería ya para quedarse. Pero en esta primera oportunidad nosotros teníamos orden de patrullar determinados sectores de la ciudad y disolver los contingentes que se reunían para ir a Ezeiza. En una de esas salidas en que íbamos yo en un jeep, el capitán segundo jefe de la compañía en otro y atrás tres camiones con los hombres que yo había instruido, tomamos Canning y de pronto vemos que en una transversal, a cien metros sobre la izquierda, hay reunidas unas 2000 personas. Paramos y el capitán me ordena que vaya y los intime a disolverse. Yo me saqué el casco, el cinturón con la pistola y fui.

MEG: La orden no le gustaba.

JLDAM: ¡Claro!, era un despropósito. A medida que me acercaba sentía el peso del silencio y las miradas clavadas en mí. "¿Qué hago?", pensaba. Y también, "ya se me va a ocurrir algo", pero seguía avanzando y no se me ocurría nada, hasta que de pronto veo que de la manifestación se separa una señora con un impermeable raído y un pañuelo en la cabeza, que se acerca hasta que nos encontramos. Yo miraba para abajo y cuando levanté los ojos vi los de ella. Ojos grandes y celestes como los de mi abuela, que había muerto, y yo adoraba. Ella me tomó de los brazos y sentí no sé... que era mi abuela. Pensé en la patria y en lo que esa mujer esperaba de mí en ese momento. Yo estaba como petrificado cuando la escuché decir: "Señor, ¡no nos van a matar!". Yo la abracé y -mire, todavía me emociono-, "no señora, no", le dije y avancé con ella abrazada hacia la gente, que se separó dejando un pasillo por el que avanzamos. "Lo que nosotros queremos, dijo, es ir a esperar al general Perón". Yo saqué, entonces, un plano del bolsillo, les pedí que lo sostuvieran y les expliqué cuál era mi sector. Tenían que dividirse en 8 columnas y, al llegar al límite de mi sector en 16. "Porque si los grupos son chicos no pasa nada", les dije. Se produjo una ovación, uhhh, y la señora me dio un beso. Ella lloraba y yo también. Vuelvo al jeep y el capitán: "¿Qué pasó?" "No, nada, les dije que se fueran y se fueron". Esa noche, viene un soldado a mi casa y me dice que me llama el general Sánchez de Bustamante, que era el comandante del cuerpo, lo que después fue Suárez Mason. Llego y me dice "Sientesé", lo cual ya me sonó raro.

MEG: ¿Por qué?

JLDAM: Demasiado amable. "¿No vio televisión hoy?", me pregunta. Ahí me acordé que durante el episodio había visto una cámara por ahí. "No, no vi". "Ah -dice él-, salió bárbaro. Se oyó claramente la orden que impartió". Yo pensé: "Me mandan preso a Magdalena". Él dijo: "Usted está en una situación muy extraña, yo debería hacer un sumario y mandarlo a Magdalena, porque hizo todo al revés de lo ordenado, o felicitarlo por ser el único hombre que dispersó una manifestación solo, desarmado y con un discurso". Yo pensé, "¿qué elegirá?".

MEG- ¿Qué eligió?

JLDAM- Primero, quiso saber. "¿Por qué hizo eso?" "Hice eso porque es imposible e inadmisible enfrentar a compatriotas desarmados, con armas. Yo, eso no lo voy a hacer nunca". "Perfecto, yo no lo puedo felicitar pero lo felicito. Váyase".(...)


P.S.: dedicado a Manolo y a todos los amigos peronistas, panperonistas y Nac&Pop de la blogósfera.