viernes, diciembre 26, 2008

Contra las zonceras de alto nivel



Esta semana volví a ver Argentina Latente, el penúltimo film de Pino Solanas. No me interesa ahora ponerme a debatir sobre la actuación pública de Pino o sobre su discurso, sino rescatar algunas cosas que dicen los personajes que fueron entrevistados para la película. En particular hay algo que tiene que ver con este post de Abel y son unas declaraciones del gerente general de INVAP, Lic. Héctor Otheguy.

"Hoy, si quisiéramos venderle a EE.UU. el satélite, que lo podemos hacer con igual calidad que ellos, en igual tiempo y bastante más barato, no podemos. Porque el 100% del dinero federal de EE.UU., del dinero del gobierno americano, se gasta en empresas americanas.

Comparemos con lo que hacemos nosotros, lo que hemos hecho durante toda nuestra historia, es una vergüenza. Si uno ve por ejemplo Brasil, o Australia que es nuestro cliente, el 50% del proyecto que estamos haciendo nosotros en Australia, y lo mismo hace Brasil, tiene que ser hecho por empresas australianas en ese caso, es decir por empresas nacionales.

Cuando uno compra impone condiciones, el que compra impone condiciones. Nosotros no las hemos impuesto, siempre nos las han impuesto. El colonialismo mental, en el área nuestra, en el área técnico-científica, es decir "Estos temas no son para países como la Argentina" y nosotros hemos dicho desde el principio, a través del liderazgo de Varotto y de toda la gente que lo hemos seguido y el equipo que siguió adelante, es decir definitivamente no al colonialismo mental. Acá se pueden hacer las cosas, si están los elementos, hay objetivos claros y hay políticas que se mantienen en el tiempo."

Cortito y al pie, para que aplauda Don Arturo. Y mis deseos de un muy feliz 2009 para todos los amigos y visitantes de este blog!

jueves, diciembre 18, 2008

Tocando de oído

Vaya desde aquí un saludo al lanzamiento de la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina (AEDA). Sin duda, un hecho que se engancha con mis ideas y obsesiones de los últimos tiempos: por ejemplo, la necesidad de generar usinas de pensamiento para el desarrollo nacional.

Como un aporte en ese sentido y a riesgo de meterme en temas en los que toco de oído, quiero traer un texto de Carlos Leyba que va más allá de la superficie de los temas de la actualidad económica, y remarca la diferencia existente entre crecimiento y desarrollo. Jorge Sabato siempre recordaba la frase "después de tanta mishiadura cuesta mucho pensar en cosas grandes". Pero hay gente que lo está haciendo.


Lo que está ausente
por Carlos Leyba

Consumo y exportación, para Cristina, motores de recuperación y crecimiento. Anunció un programa de 13,2 mil millones de pesos y reiteró que “las palancas de crecimiento de nuestro modelo son el consumo popular y el sesgo exportador”. Mencionó a la inversión como uno de los destinos posibles de ese “plan de contingencia”.

Esas afirmaciones reflejan lo que pasó. En el crecimiento de la demanda global, en términos reales, entre 2004 y 2007, los aportes del consumo -privado y público- y de las exportaciones fueron los que más se incrementaron. Mientras, en 2004, el consumo aportó 52,2% del crecimiento y las exportaciones 8,8; en 2007, el consumo aportó el 60,7 y las exportaciones, el 11,2%. En ese lapso, disminuyó el aporte de la inversión al crecimiento. En el segundo trimestre de 2008, el consumo aportó el 70,5% del crecimiento.

La exhortación de Cristina Fernández a sostener la continuidad de esas palancas conforma una señal estratégica. Atención.

El primer paso del “paquete anticrisis” fue un megaprograma de inversiones en infraestructura; un conjunto de normas de blanqueo tributario y laboral y una moratoria impositiva. El segundo paso -¿habrá otros?-, son medidas de promoción al desempeño de la demanda de durables (automotriz, línea blanca), prefinanciación de exportaciones, rebaja de retenciones, capital de trabajo y, en tono menor, recursos para inversión de las pymes.

Ante la reducción de la demanda global, lo que incidirá positiva y contracíclicamente es el programa de inversión pública y el último paquete de financiamiento.

No podemos computar a favor la leve mejora nominal en el tipo de cambio porque, a pesar de la reducción de la inflación, no morigera, ni ahí, los efectos de la devaluación brasileña. La iliquidez local (y mundial) es un contrapeso difícil de remontar con las medidas anunciadas.

El blanqueo y la moratoria, aun siendo exitosas para recaudar, difícilmente tengan un efecto positivo en la coyuntura. Estas medidas no son las más apropiadas para enfrentar el enfriamiento. De entenderse necesarias o convenientes por razones fiscales, se compadecen más con una coyuntura vigorosa que con un tiempo de debilidad. Es que la baja coyuntura está asociada a la fuga de más de 20.000 Mu$s en un año y a la iliquidez concomitante. Ni los blanqueos ni la moratoria implican invertir esa corriente. Si las medidas de perdón tributario apuntan a la coyuntura, estamos frente a un error cuyos costos se dirimen en términos de cultura tributaria y -de tener éxito- arriesgan en términos de equidad.

Lo que es “anticrisis” es el plan de obras públicas más este anuncio de financiamiento. Apuntan a la inversión pública, al consumo y la exportación. Lo dicho ratifica que, en la estrategia gubernamental, la política hacia el sector privado es incentivar el consumo y la exportación, y que la ejecución del sector público apunta a su inversión para la oferta de servicios.

No hubo hasta ahora -y no la hay, aun en esta etapa crítica-, una definición que permita suponer una estrategia pro inversión privada. No se percibe una estrategia de desarrollo y sí una preocupación por el crecimiento. Que no es lo mismo.

Una breve digresión. Jack M. Mintz, profesor de la Universidad de Toronto, ha determinado para 2007 que la Argentina es el país, de una muestra de 80, de la más alta tasa efectiva de Impuestos a las Ganancias (47,9%) . El promedio ponderado de esa tasa efectiva para esos 80 países es de 31,7%. Para los países desarrollados (OECD), es de 31,5%. Si nos referimos a la industria manufacturera, la tasa efectiva de la Argentina es de 49,8%. Y, por ejemplo, en Brasil, 37,6; en Chile, 14,4; en Francia, 33; en España, 29,5; y en Finlandia, 22,4% (2007 Tax Competitiveness Report: A call for Comprehensive Tax Reform). Suficiente. ¿No cabe preguntarse por qué, en lugar de blanquear al uno por ciento capitales evadidos destinados a comprar campos, departamentos o realizar inversiones, no generamos un cambio en la estructura tributaria que sea pro inversión y retenemos a los limpios que se ensucian para fugar lo que no quieren pagar? ¿No pesa esto en la baja tasa de inversión en actividades productivas industriales?

La distribución del ingreso determina el patrón de consumo privado. Cada distribución del ingreso (funcional, sectorial, regional) se corresponde con un nivel de consumo y con su estructura. Además, no se puede ignorar el impacto negativo en el balance comercial de las importaciones de bienes de consumo derivadas de la inequidad distributiva.

En cada etapa de la estructura productiva, el estado de las ventajas comparadas y competitivas determina la capacidad de respuesta a las demandas de exportación: su nivel y su composición.

En ausencia de transformaciones deliberadas de las estructuras, es decir, sin una política estratégica de transformación, los incrementos en la actividad interna (en nuestro caso, sustitución de importaciones por efecto de la devaluación) y en la demanda externa (en nuestro caso, por la tracción del incremento de los precios internacionales), a partir de la distribución y la estructura productiva dadas, reproducen las estructuras previas, sus virtudes y defectos. En nuestra economía, en particular, la expansión -el crecimiento- ha convivido con dos tendencias no deseadas: la concentración de la riqueza o la regresión distributiva; y la primarización de las exportaciones o la regresión productiva.

Si no se genera deliberadamente un programa de inversiones transformadoras de la estructura de la producción, lo que requiere un programa de objetivos de largo plazo y herramientas como una política tributaria ad hoc y una financiera apropiada, el crecimiento es el resultado de “agregaciones” a la estructura existente.

Así, la política se transforma en una continuidad próspera de lo existente que sólo agrega -lo que no es poco- pero que reproduce sine die la distribución del ingreso y el patrón de exportación.

Una política de transformación siempre supone la incorporación de factores distintos, el cambio de ponderación y de relación entre los factores existentes. La de agregación (o de continuidad), es siempre una estrategia contradictoria con la de transformación (o de cambio). Si básicamente se “agrega”, básicamente no se “transforma”.

Esta discusión refiere al debate “crecimiento y/o desarrollo”. Eterno dilema: sabemos que se puede crecer sin desarrollarse. Estamos en ese riesgo.

Nuestra propia historia ha demostrado que si se “desagrega”, paradójicamente, se transforma: irreversibilidad de los procesos sociales. Por ejemplo, la dinámica de la “desagregación”, iniciada en nuestro país en 1975, produjo sucesivamente la “desprotección”, la “desindustrialización”, la “desestatización”, la “desnacionalización” y el “desempleo”. Esa “desagregación” produjo la decadencia económica y social que sintetizan el aumento, y la recurrencia, en la pobreza y la profundización, y la recurrencia, en la primarización de nuestras exportaciones.

¿Qué ha quedado implícito en los paquetes, hasta ahora conocidos, destinados a enfrentar esta crisis entendida como desaceleración del crecimiento o declinación de la demanda global?

El megaprograma de obra pública no estuvo asociado a un megaprograma de acompañamiento de la inversión reproductiva. Se anuncian las inversiones públicas como “la política” de inversiones. Una afirmación estratégica. Pero la ausencia de mención a la “la inversión privada” como parte de esa estrategia, confirma que se piensa a la inversión privada reproductiva como una consecuencia de la presión de la demanda de consumo (sin tener en cuenta el impacto de esa demanda en el balance de divisas); y de exportación: es un fenómeno derivado y no el desencadenante de un proceso de desarrollo.

Y ésta es una cuestión central: el liderazgo de la inversión reproductiva, como desencadenante, identifica a toda estrategia de desarrollo.

La inversión que desarrolla es la que transforma el patrón de distribución del ingreso (funcional, sectorial, regional) y el patrón de exportaciones.

La inversión determinada por la expansión del consumo y de las exportaciones es la que asociamos al crecimiento, y difícilmente podamos asociarla al desarrollo: responde a las estructuras previas y no a las programadas a futuro.

El crecimiento sería, de alguna manera, la concepción ortodoxa del progreso; el desarrollo, que implica reconocer el potencial dormido, sería la concepción heterodoxa. Es la hora del desarrollo, de la “sustitución de exportaciones” y “la cobertura de los agujeros negros de las cadenas de valor”.

En el discurso de Cristina Kirchner está implícito que la inversión pública es política: se decide desde la política. Esas inversiones pertenecen al área de servicios. Está muy bien. Es una recuperación del papel del Estado.

Pero el problema de ese discurso es que la inversión privada no aparece como una cuestión de la política pública. La inversión privada, en ese discurso, es (¿debe ser?) una consecuencia del incremento del consumo o de la exportación. La distribución del ingreso existente, que es la que determina los patrones de consumo, y las ventajas competitivas consolidadas, que son las que determinan la capacidad de respuesta a la demanda externa, determinan, entonces, el patrón de inversión.

Si la política económica facilita esas condiciones, el patrón de inversión queda determinado por el pasado. Y, por lo tanto, es un patrón de repetición. La misma economía pero más grande. No es poco. Pero no es lo necesario y menos lo conveniente.

Transformar, es decir programas de inversión reproductiva, es lo que le da a la crisis el carácter de oportunidad. Sin transformación vía inversión reproductiva, continuará la distribución y el patrón de exportación predominante. No parecería ser la vocación del partido gobernante. Esperamos que no lo sea.


Revista Debate Nº 299, 6 de diciembre de 2008.

jueves, diciembre 11, 2008

La que se mandó Celestino

Parece que algunos pájaros de mal agüero y aves de rapiña (suelen ser los mismos) que revolotean por la City, anduvieron agitando en estos días el fantasma del Rodrigazo. No sé qué asidero racional puede tener extrapolar la situación de 1975 a la actualidad, pero es seguro que ese episodio histórico está bastante olvidado (salvo por su resonancia de catástrofe), sobre todo en lo referido a las circunstancias en que se produjo y las consecuencias que tuvo.

Por eso, creo que es un momento adecuado para traer un fragmento del libro "El Rodrigazo, 30 años después - Un ajuste que cambió al país" de los periodistas Néstor Restivo y Raúl Dellatorre. Leyendo este artículo que rescata El Historiador cualquiera diría que al Ing. Rodrigo le fallaba alguna que otra sinapsis, sin embargo el libro de Restivo y Dellatorre demuestra que su plan fue brillantemente diseñado y ejecutado (claro que su verdadero cerebro fue el Ing. Ricardo Zinn) y que dividió en dos la historia económica del país.

Es mucho el jugo que se le puede sacar a este libro, p.ej. por los datos que aporta sobre el acercamiento de José López Rega (a) "El Brujo" con el Consejo Empresario Argentino presidido por José Alfredo Martínez de Hoz (a) "Joe". O el fanatismo y la frialdad que ponía Zinn en su tarea (sus frases "esto es una guerra" que repetía durante su breve gestión, o "este hombre va a salvar al país" señalando un libro sobre ciencias ocultas del Brujo, son de antología). Aquí traigo solamente la Introducción (descontando el permiso, y si no, el perdón de los autores), donde se encuadra al Rodrigazo dentro de un proceso de transformación económica regional y mundial. De paso, va como un aporte al debate que siguió a este excelente post de Luciano en Artepolítica.


El Rodrigazo, 30 años después
Introducción

En junio de 1975 millones de argentinos fueron testigos de un cambio dramático. Pero la magnitud de sus consecuencias recién iban a visualizarse mucho tiempo después. El mega-ajuste devaluatorio que se conoció popularmente como Rodrigazo "corrigió" de tal modo los precios de la economía que, en el contexto de cambios mucho más amplios en la estructura económica y social local, regional y mundial, partió en dos la historia económica nacional.

El país atravesó por varios ajustes, algunos con shocks, otros graduales, que supusieron pérdidas patrimoniales para las mayorías y ganancias para pequeños grupos privilegiados, sobre todo en las últimas tres décadas. Pero el Rodrigazo no sólo inauguró esa serie infausta sino que tuvo la singularidad de quebrar el modelo de país que había regido en los anteriores 30 años.

Veamos el contexto regional y global. Entre 1971 y 1976 América Latina dio vuelta una página de su historia. En esos años, su geografía se pobló de dictaduras, de sangre y de terror, como nunca antes. Para 1976, las situaciones de dictaduras reaccionarias eran casi la regla en América latina. Las había en Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile, Paraguay, Perú, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Haití y Granada; en buena medida también en la República Dominicana y Honduras y, bajo una fachada civilista, en Colombia (Cuevas, 1984).

Hubo, por cierto, factores nacionales que en cada caso empujaron a esa situación. Pero no puede haber dudas del peso decisivo de un contexto económico mundial que tejió esa realidad. Ya en 1964 y 1966 la Doctrina de Seguridad Nacional impulsada en Latinoamérica por Estados Unidos había sido reflejada en dos experiencias fuertes, con las dictaduras en Brasil (la dictadura del general Humberto Castelo Branco) y Argentina (el Onganiato) y en los llamados Estados burocrático-autoritarios (O'Donnell, 1986); pero la ofensiva general se produciría en el transcurso de la década siguiente.

El capitalismo mundial había tenido en la posguerra su edad dorada. Esa etapa se tradujo en altas tasas de rentabilidad para las empresas y también buenos indicadores sociales con la expansión del Estado de bienestar. Pero si a fines de la década de 1950 la tasa de ganancia media era del 40%, veinte años después había caído al 10% (Abalo, 1989, y Shaikh, 1999). Y en torno a 1968 el sistema dijo basta. Desde entonces la Comisión Trilateral, con plumas como la de Samuel Huntington, empezó a hablar de "exceso de democracia" y a alentar la reacción conservadora, primero en el Norte y, hacia la década de 1970, en el Sur (Dos Santos, 1987).

Para quienes observan los ciclos largos de acumulación capitalista, allí arrancó -la ruptura del compromiso monetario de Bretton Woods para liberar el dólar por parte de EE.UU., en 1971, y la crisis petrolera, en 1973, no fueron causas sino síntomas- la fase de caída luego de la expansión de posguerra, caída verificable en las tasas de ganancia empresarias y en las de crecimiento económico, que nunca lograron recuperar el período dorado 1945-1975, mucho menos durante el neoliberalismo de fin de siglo (Maddison, 2001).

En el capitalismo de posguerra había predominado el modelo keynesiano de desarrollo, que en Latinoamérica tomó la forma de las ideas estructuralistas de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) con el énfasis de la acumulación en el mercado interno, la sustitución de importaciones y el Estado benefactor. En Argentina en particular, esa industrialización sustitutiva tuvo dos tendencias diferenciadas en cuanto al tipo de distribución del ingreso: una hacia bienes "suntuarios" y otra, más distribucionista, hacia el consumo masivo (Azpiazu, Basualdo y Khavisse, 2004), justamente la que se derrumbó en 1975-1976.

Con la crisis de rentabilidad, y después de algunos años de disputa por el modelo a seguir para recuperar el proceso de acumulación, en el Norte empezaron a desandar el camino keynesiano Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Helmut Kohl. Y en el Sur operaron, contra experiencias nacionalistas o de izquierda que buscaban otra salida a la crisis -los gobiernos de Allende en Chile, Cámpora/Perón en Argentina, Torres en Bolivia, Velasco Alvarado en Perú o la creación y ascenso del Frente Amplio en Uruguay, entre otros-, los golpes de Estado, con los militares como arietes de las fracciones financieras y extranjerizantes de los capitales locales.

América Latina, en ese contexto, empezó a transitar por un reformateo para que recuperaran márgenes de ganancia los dueños del capital y, como ocurrió en otros cambios de ciclos largos, el que alumbró terminó siendo más concentrador y centralizador que el anterior. Lo pagaron con sus vidas decenas de miles de latinoamericanos.

Este marco general no puede desconocerse. Las economías nacionales son parte de una economía global, con su estructura productiva, circulación de mercancías, vínculos financieros, etc. (Caputo, 1999). Y también con sus factores de poder. Argentina no podía ser la excepción, más cuando el capital extranjero era un actor central en el proceso industrializador de posguerra, sobre todo en los sectores más dinámicos (Rapoport, 2000). Por eso los cambios de ciclo y modelo en el capitalismo, que incluyen mutaciones tecnológicas, intentos de recomposición de márgenes de ganancia y disputas de hegemonía, nacionales y globales, se entroncan, más allá de factores locales, con fenómenos más amplios.

En esa medición de los ciclos y en el tránsito en forma de crisis de un modelo de desarrollo y acumulación a otro, hay hechos puntuales. En el caso argentino, nuestra hipótesis es que quizá en mayor medida que en el quiebre institucional de marzo de 1976, la inflexión debería buscarse en aquel junio de 1975 del Rodrigazo, cuando el gobierno, después del vacío de poder en el que había caído tras la muerte de Perón (1º de julio de 1974), un año antes, tambaleaba en medio de una gestión inusualmente caótica y en un clima de violencia brutal, alimentado por la disputa entre facciones del peronismo.

Hubo una Argentina transformada de raíz por esa experiencia. Se pueden discutir las razones, pero los datos son incontrastables. Una Argentina en la cual, antes de 1975, la brecha entre los ingresos del 10% más rico y el 10% más pobre de la sociedad era de 12 veces, distancia que fue progresivamente incrementándose hasta llegar a las 29 veces en 2004. Una Argentina en la que, desde 1975 y según cifras oficiales del INDEC, los argentinos de clase media y baja perdieron entre 15 y 40% de su participación en el ingreso (Equis, 2004). Un país que cuando ocurrió el Rodrigazo tenía un desempleo irrisorio de 2,3% y que no había conocido tasas superiores al 6% luego de superada la crisis de 1930. Un aparato productivo en el cual se agudizó la concentración de la industria (pasó del 18 al 25% en la posguerra a 46% hacia fines de la década de 1990 -Schorr, 2004) y que después de haber triplicado el valor agregado por la industria entre 1949 y 1974, en los siguientes 25 años lo hizo en sólo 10% acumulado (Schvarzer, 2001).

Una Argentina cuyos sectores dominantes tenían en el extranjero capitales por menos de 3.500 Mu$s, contra más de 100.000 Mu$s treinta años después (Basualdo, 2000). Un país, al fin de cuentas, que por más de tres décadas, antes de 1975, había vivido casi con virtual pleno empleo, seguridad social, expectativas de ascenso social favorables, educación integradora, cohesión de la sociedad. Y que en las tres décadas que vinieron después vio disminuir 0,12% promedio anual su PBI real por habitante (Leyba, 2003), un acumulado de 23% entre 1975 y la crisis de 2001, y achicar 52% el salario real (IDEF/CTA, 2002).

Es verdad: en las décadas de 1950 y 1960, en términos relativos, Argentina se estancó o retrocedió frente a otros países vecinos, particularmente los de modernización más tardía, como Brasil y México. También es cierto que en la fase de auge de la onda larga 1945-1975 hubo crisis institucionales y económicas, proscripciones políticas, ineficiencias estatales, injusticias sociales, inclusive terrorismo estatal y otros males. Pero es indudable que antes de 1975-1976 vivíamos en un país donde era más fácil para el conjunto vivir y tener proyectos, y que después llegó la larga noche que, como modelo, recién colapsó en 2001-2002... con final todavía abierto.

El Rodrigazo, creemos, fue el detonante para un nuevo estado de cosas. Y allanó el camino a la dictadura de 1976-1983 que se abriría paso para inaugurar otras tres décadas en las antípodas del modelo de acumulación anterior, en términos similares a lo que ocurrió en otros países en cuanto a la concentración económica, la marginación social y el privilegio por la valorización financiera, antes que productiva, del capital.

Muchos autores (Frenkel, 1980; Sevares, 1987; Schvarzer, 2001; Bonelli, 2004) han señalado que el Rodrigazo fue la antesala del programa económico de la dictadura instalada a partir de marzo de 1976 -que en lo económico agregó otras herencias malditas como la del endeudamiento externo, una de las claves de la nueva articulación subordinada del país al sistema mundial- y que el rechazo popular a aquel shock de junio de 1975 demostró a las fracciones dominantes del capital que iba a requerir de grados de violencia inéditos para alcanzar sus objetivos.

Curiosa o paradójicamente, el mismo partido político, el más grande movimiento popular de Argentina desde su alumbramiento en 1945 a la actualidad, fue el que sentó las bases del modelo inclusivo anterior y el que parió el cambio en 1975 (y lo profundizó al extremo en la década de 1990, hasta producir él mismo otro mega-ajuste colosal en el verano de 2002 para salir de la convertibilidad), sin que hasta ahora haya ensayado una autocrítica o un análisis a fondo sobre lo sucedido, igual que con el contexto represivo que acompañó al Rodrigazo.

El peronismo, se ha dicho, pasó de ser un actor fundamental en el proceso sociopolítico argentino a "terreno de batalla y botín para las sordas rivalidades entre sus supuestos aliados, a la vez que escenario para los abiertos conflictos de una lucha política cada vez más salvaje" (Halperín Donghi, 1994). Igual que otros sectores de la dirigencia nacional frente a sus propias responsabilidades, el peronismo, acaso hoy menos un partido que un modo de relacionarse con el poder, tiene una deuda no saldada con todos los argentinos y con su propia historia sobre los crímenes de la Triple A y sobre el shock económico de 1975, una alianza de terror y dominio económico que continuó exacerbada en la última dictadura y que se repitió en otros países durante aquel dramático cambio cíclico.


Referencias:
- Abalo, Carlos (1989), "Tasa de ganancia: crisis y ajuste en el capitalismo", revista Realidad Económica, Nº 91, Buenos Aires.
- Azpiazu, Daniel; Basualdo, Eduardo, y Khavisse, Miguel (2004), El nuevo poder económico en la Argentina de los años 80 (edición definitiva), Siglo XXI, Buenos Aires.
- Basualdo, Eduardo (1987), Deuda externa y poder económico en la Argentina, Nueva América, Buenos Aires.
- Bonelli, Marcelo (2004), Un país en deuda, Planeta, Buenos Aires.
- Caputo, Orlando (1999), "La globalización de la economía mundial. Principales dimensiones en el umbral del siglo XXI", coordinado por Jaime Estay, Alicia Girón y Osvaldo Martínez, Editorial Purrúa, México.
- Cuevas, Agustín (1984), "El Estado latinoamericano en la crisis del capitalismo", en La crisis del capitalismo. Teoría y práctica, de Pedro López Díaz (comp.), Siglo XXI, México.
- Dos Santos, Theotonio (1987), La crisis internacional del capitalismo y los nuevos modelos de desarrollo, Editorial Contrapunto, Buenos Aires.
- Equis, Consultora, y López, Artemio (2004), "La caída de la clase media argentina", Buenos Aires.
- Frenkel, Roberto (1980), Las recientes políticas de estabilización en Argentina: de la vieja a la nueva ortodoxia (mimeo), Pontificia Universidad Católica, Río de Janeiro.
- Halperín Donghi, Tulio (1994), La larga agonía de la Argentina peronista, Ariel, Buenos Aires.
- IDEF-CTA (2002), Shock distributivo, autonomía nacional y democratización. Aportes para la superación de la crisis de la sociedad argentina, Buenos Aires.
- Leyba, Carlos (2003), Economía y política en el tercer gobierno de Perón, Biblos, Buenos Aires.
- Maddison, Angus (2001), The world economy. A millenial perspective, OCDE, París.
- O'Donnell, Guillermo (1986), El Estado Burocrático Autoritario, Paidós, Buenos Aires.
- Rapoport, Mario, y colaboradores (2000), Historia económica, política y social de la Argentina (1880-2000), Ediciones Macchi, Buenos Aires.
- Schorr, Martín (2004), Industria y Nación, Edhasa, Buenos Aires.
- Schvarzer, Jorge (2001), "La economía argentina: situación y perspectivas. De la economía 'cerrada' a la abierta. Dos grandes ciclos argentinos", en la Gaceta de Económicas, Nº 11 de junio, Buenos Aires.
- Sevares, Julio (1987), "Un ajuste que hizo historia", diario Clarín, 13 de diciembre, Buenos Aires.
- Shaikh, Anwar (1999), "Explaining the global economic crisis", en revista Historical Materialism, Nº 5, Leiden.

domingo, diciembre 07, 2008

Un Oriente demasiado lejano (I)

Hace poco me tocó darme una vueltita por acá. Al igual que en este otro viaje, estuve sólo una semana dedicada a reuniones de trabajo intensivas, y con poco tiempo de recorrer e interiorizarme de la realidad del país. Sin embargo, la visita me dejó impresiones difíciles de olvidar.

No estuve en Seúl sino en Daejeon (unos 170 km al sur), que para los futboleros memoriosos fue una de las subsedes del Mundial 2002. Uno de sus distritos es Daedeok, la "ciudad de la ciencia" también llamada el Silicon Valley coreano. Mi visita fue a mediados de octubre, en los días de mayor magnitud del derrumbe financiero internacional, sin embargo en Corea (pese a la caída de la bolsa de Seúl y la devaluación de su moneda, el won) la vida parecía seguir su curso normal. Otra fue la sensación que tuve (al menos mirando la CNN) durante mi brevísima escala en USA.

Uno puede saber de antemano que Corea del Sur es un país desarrollado, pero verlo y palparlo directamente es otra cosa. Son casi 5o millones de habitantes en un territorio equivalente al de nuestra provincia del Chaco, aunque prácticamente carente de recursos naturales. Y el país da una sensación de poderío, organización y bienestar que asombra: p.ej. la infraestructura de transporte - autopistas, ferrocarriles (incluido un tren bala), subterráneos, el aeropuerto internacional de Incheon, etc.- para un argentino es sin duda envidiable.

Claro que la envidia se hace todavía mayor cuando uno recuerda que está en un país que hace poco más de medio siglo fue arrasado por una guerra civil (que también fue una guerra entre las potencias mundiales de la época), y que hace 40 años todavía era uno de los países más pobres de Asia. Corea del Sur superó en poco tiempo las consecuencias de la crisis que afectó al sudeste asiático en 1997, y hoy le corresponde el cuarto lugar por PBI en el continente y el 13º en el mundo. Sobre sus perspectivas en la situación actual, estuve viendo que Manolo se ocupó de la (aparentemente ya lejana) posibilidad del default coreano, y aquí hay una nota salida en El País.

Históricamente Corea del Sur siempre ha sido un firme aliado estratégico de USA. Sin embargo, la identidad nacional se manifiesta fuertemente en la cultura y en la vida cotidiana, no es un país para nada "macdonaldizado". Tampoco es como la China que visitó Tavos, acá es frecuente ver occidentales o gente de otras partes de Asia y nadie se asombra. No intenté franquear el abismo del idioma, sin embargo según los coreanos su idioma es mucho más fácil de aprender que el chino o el japonés; el índice de alfabetización es uno de los mayores del mundo. Llama la atención el poderío y la omnipresencia de las grandes empresas nacionales, los "chaebol": Samsung, Hyundai, LG... Y parecería que el 99% de los automóviles son de marcas coreanas: Hyundai, su ahora subsidiaria KIA o Daewoo (controlada por General Motors desde 2002). Ah, y no se ve un auto viejo o deteriorado ni de casualidad.

No creo haberme vuelto de golpe un experto en Corea ni que llegue a serlo en el futuro. Pero en algún próximo post trataré de indagar en las posibles claves del "enigma coreano", buscando en realidad acercarme a descifrar el "enigma argentino". Por ahora, un par de asuntos interesantes:

- Viendo por la CNN uno de los últimos debates Obama-McCain, escuché al ahora presidente electo de USA quejarse del tratado de libre comercio con Corea del Sur que está esperando aprobación en el Congreso norteamericano. Decía que según el tratado, Corea podrá vender cientos de miles de automóviles en EEUU, mientras que a la inversa, las automotrices yanquis sólo tendrán un cupo de unos pocos miles de unidades para vender en Corea. No suena muy parecido a los TLC que Washington quiere imponer en América Latina...

Un editorial del Korea Times se refirió al tema, señalando que el presidente coreano (el neoliberal Lee Myung Bak) debería convencer a Obama de que en su país no existen barreras para el ingreso de automóviles norteamericanos. Ese editorial termina así (traducción mía; "liberales" debe leerse en el sentido que se le da en EEUU):

"Liberales o conservadores, lo que importa son los beneficios reales para sus pueblos. Seúl debería estar en una posición en la que sea probable que esté en desacuerdo con Washington en asuntos de interés nacional, pero acuerde en lo ideológico. Tememos que la realidad resulte ser la opuesta."

Argentina importa muchas cosas de Corea, pero este lenguaje, la verdad que acá no se consigue.

- El máximo prócer de la historia coreana es el rey Sejong el Grande, que gobernó a principios del siglo XV. No es un rey que se haya destacado por sus hazañas guerreras, sino por el impulso que le dió a la educación, la ciencia y la tecnología y por su sensibilidad social (además de haber inventado el alfabeto coreano que se sigue usando actualmente). Gracias a un libro que me obsequiaron pude conocer algo de su vida y su obra, entre ellas algunas disposiciones como éstas, de 600 años de antigüedad:

"Se ha dispuesto que una mujer servidora, que deba dar a luz en un tiempo de un mes o haya dado a luz dentro de los últimos cien días, no será requerida para el servicio gubernamental. Como no se ha otorgado licencia a los esposos de dichas mujeres, sin embargo, ellos no han podido dar asistencia a sus esposas durante el nacimiento del niño, y debido a esto algunas mujeres han aún perdido sus vidas, lo que es muy lamentable. Desde este día en adelante, un esposo no será requerido para retornar al servicio por treinta días después de que su esposa haya dado a luz."

"Estar en prisión y ser torturado es una tragedia para cualquier hombre. En el caso de los niños y de los ancianos, es verdaderamente lamentable. Desde hoy en adelante, la detención de los menores de 15 años o de los mayores de 70 está prohibida, a menos que el cargo sea de asesinato o de robo. Personas de edad menor de 10 años o mayores de 80 no serán detenidas o golpeadas bajo ninguna circunstancia, y cualquier veredicto dictado en sus casos deberá ser dado sobre la base de muchos testimonios. Que esta ordenanza sea dada a conocer por todo el país, y que cualquiera que la viole sea castigado."

A este hombre nadie le iba a hablar de "bajar la edad de imputabilidad". Comparando esto con las cosas que dicen hoy día personajes como Daniel Scioli, parece que la distancia entre Argentina y Corea fuera de mucho más que 20000 kilómetros.