El fin de semana que pasó se cumplieron 39 años de otro fin de semana, en que la calle Gaspar Campos al 1000 en Vicente López era a la vez un lodazal y un festival, y Juan Domingo Perón se asomaba a saludar, entre otros, a quienes nunca lo habíamos visto antes en persona.
Desde ya, creo como Abel, que toda reflexión sobre el primer retorno del General y el Día del Militante es incompleta si no incorpora el recuerdo del 20 de junio de 1973. Porque es indudable que en esos 7 meses hay claves de por qué se pasó de la alegría de noviembre a la tristeza y la tragedia de Ezeiza. Que a su vez fue el preludio de otras masacres.
Hernán Brienza suele referirse a la incomprensión que rodeó a ese último Perón. Una incomprensión no sólo del papel del General sino también del momento histórico que se vivía. De todos modos, más que entrar en una polémica sobre la "exculpación de Perón" y la responsabilidad de las "orgas", prefiero citar el libro Perón y la Guerra Sucia de Carlos "Chango" Funes, un testigo privilegiado de esos años. Y que al haber sido publicado en 1996, queda al margen de las connotaciones políticas actuales. Van algunos fragmentos de su Parte III.
El primer retorno
¿Por qué, una vez que Perón cumplió su promesa de regresar como "prenda de paz", no se levantó la absurda cláusula de residencia y se permitió que fuera candidato en la primera instancia? Perón llegaba en noviembre del '72; las elecciones habían sido convocadas para principios de marzo del año siguiente. El resultado de este proceso -de este absurdo "retraso"- es conocido: el líder debió esperar un año más, hasta octubre del '73, para asumir la presidencia y poder hacer hacerse cargo de su legítima autoridad. Este tiempo perdido, que no dejaba de acumular rencores y sólo debilitaba la esperanza de pacificación, tendría su fatal costo en la historia posterior de nuestro país.
Por otra parte, con Perón en el país, el "no le da el cuero" se había vuelto en contra de Lanusse. El poder de las "botas" estaba agotado. El orden y la paz sólo podían llegar de la mano de los "votos", sin chicanas, sin suplentes, sin proscripciones tiradas de los pelos.
¿Por qué las Fuerzas Armadas no fueron declaradas prescindentes y sus mandos se dedicaron, sensatamente, a dialogar con los dirigentes de la civilidad sobre la pacificación del país?
Perón, como se vio luego, hubiera contado con la autoridad, la presencia física y el tiempo suficiente para convertir la guerrilla armada en un problema menor.(...)
Durante algunas horas estuvo abierta la oportunidad histórica para que Lanusse diera el paso que faltaba. Pero, eligió el camino equivocado de la presión y el trato subalterno. Pudo más la atadura de una frase que revelaba una caprichosa interpretación de la democracia: "Yo no entregaré el poder a Perón."
¿Por qué no?
Si la decisión sincera era respetar la voluntad popular y esa voluntad decía: "Perón", más tarde o más temprano, había que respetarla. La historia nos cuenta que así fue. Hubo que llamar nuevamente a elecciones presidenciales para que esa voluntad se expresara en las urnas de manera contundente. Pero el tiempo perdido era irrecuperable. Los meses, los días, las horas y los minutos, sin Perón en el país y en el gobierno, complicaron el panorama y, finalmente, nos impidieron cumplir con el Plan de Pacificación.
Como en 1955, la ceguera "antiperonista" volvió a confundir el enemigo y a encender nuevas hogueras.
El 17 de octubre de 1972, un mes antes de su retorno, el general Perón insistió en su buena voluntad para arribar a un Acuerdo, siempre tomando como bases mínimas los Diez Puntos (*). El gobierno de Lanusse, a su vez, siguió sosteniendo al ministro Mor Roig como interlocutor, provocando la negativa de Cámpora y de la conducción local del justicialismo.
Esta aparente formalidad, servía para echar un velo sobre la cuestión de fondo. Si los mandos militares estaban -o no- dispuestos a reconocer que el plan político desplegado por Lanusse y Mor Roig (el GAN [Gran Acuerdo Nacional]) había fracasado y que debían dejar paso a la iniciativa llegada desde Puerta de Hierro.
Aquel plan, como lo confesaron abiertamente sus inspiradores, nació con el propósito de sacar a las Fuerzas Armadas del pantano en que habían caído. Lo harían con la colaboración de Perón, si éste aceptaba ciertas condiciones, o destruyendo "el mito de Perón", si se negaba.
La condición que se pretendía del líder justicialista era, nada menos, que la renuncia -voluntaria o forzada- a presentarse como candidato presidencial: es decir, a volver al poder.
La respuesta del General tuvo dos tiempos.
En el primero, dio la oportunidad a sus viejos enemigos de reconocer la realidad y dejar en manos de gobiernos legitimados por el voto popular la solución de los graves problemas acumulados desde 1955.
Cuando advirtió que Lanusse llevaba la cuestión al terreno personal y pretendía una pulseada para doblegar su liderazgo ("quiere que deje de ser Perón"), dio por terminado el diálogo y formuló sus propias condiciones para volver al poder y permitir un retiro honorable de las Fuerzas Armadas (Los Diez Puntos).
Su responsabilidad iba mucho más allá de una pulseada personal con Lanusse, quien -en una perspectiva real- era simplemente un General con ambiciones, cuyo poder se esfumaría apenas un gobierno elegido por el pueblo lo reemplazara en la comandancia del Ejército.
No era un líder político, nunca se había expuesto a una contienda electoral; y su oportunidad de figurar dignamente en la historia, dependía de la grandeza y de la humildad para admitir que su plan estaba agotado.
Su amigo, José Ber Gelbard, confió hasta último momento en que daría el paso histórico. Perón lo dejó hacer, pero a mí me manifestó su escepticismo: "Lo creía más inteligente".
La desconfianza más extrema hacia Lanusse provenía, lógicamente, de Cámpora y de la Juventud Peronista aliada a los Montoneros. No solamente respecto a sus actitudes políticas. También temían una agresión directa hacia la persona de Perón. De allí la insistencia en presionar para que el retorno coincidiera con un "golpe revolucionario".
En sectores sindicales y en otros encuadramientos juveniles opuestos a los Montoneros, también se desconfiaba de estos últimos. ¿Qué pasaría, se preguntaban, si en medio del caos la vida del General quedara expuesta a cualquier contingencia? Ante este riesgo, no faltaban aquellos que consideraban prudente suspender el Operativo Retorno o limitarlo a un país vecino.
De todas las opciones, finalmente, la más viable había sido elegida por el propio General; y el 17 de Noviembre de 1972, cuando pisó suelo patrio, quedó demostrado que la estrategia había sido correcta.
Volvió como "prenda de paz", con una propuesta sobre la mesa y frente a la comunidad internacional, con una negociación abierta (no cerrada), evitando las provocaciones, de adentro y de afuera, para llevarlo al centro del caos; rodeado, como mayor garantía, por la esperanza expectante de la mayoría; respetado por los principales dirigentes políticos y sociales, incluyendo antiguos adversarios. Volvió aprovechando sutilmente el espacio del "ni" o del "tal vez", paralizando momentáneamente la reacción de los extremismos. Volvió, por último, utilizando el factor sorpresa ante quienes apostaban a la supuesta "cobardía" o fueron hábilmente confundidos por una acción psicológica que desconcertó a propios y extraños.
¡Bajen las armas!
Un testigo directo del retorno, el ex dirigente de la Juventud Peronista y ex diputado nacional, Rodolfo Vittar, asegura que durante en el viaje -en el trayecto de Roma a Dakar- el General lo invitó a dialogar en el sector del avión que tenía reservado junto a Isabel, Cámpora y López Rega, entre los más íntimos.(...)
Durante el diálogo con Perón, el entonces joven Vittar escuchó las recomendaciones del líder para que comenzaran a bajar las armas y se encuadraran en el plan de pacificación. Esto significaba un cambio de orientación que encontraría resistencia en las filas de la JP y sobre todo de las llamadas "formaciones especiales".
Tiempo antes, en julio de 1971, el mismo Vittar había conversado con el General en Puerta de Hierro y le había entregado un detallado informe sobre la participación de la militancia universitaria -junto a la sindical- en el "Cordobazo".
Estaban presentes en esa reunión dirigentes de la CGT mediterránea. El objeto de este informe era desvirtuar las afirmaciones de Jorge Daniel Paladino, que aún se desempeñaba como Delegado Personal [de Perón] en la Argentina. Según Paladino, aquella violenta rebelión popular había sido una operación orquestada por la subversión marxista internacional, y un hecho ajeno a la resistencia peronista. (...)
Lo cierto es que en julio de 1971, Vittar había sido estimulado por Perón para continuar las acciones de hostigamiento, incluido las armadas, contra el régimen militar (Lanusse ya era el presidente), y para ello lo mandó a tomar contacto con Rodolfo Galimberti, secretario general de la Juventud Peronista, y con la conducción de Montoneros. El objetivo era el retorno del líder a la Patria y el llamado a elecciones "sin condicionamientos ni proscripciones".
Un año y medio más tarde, noviembre de 1972, la directiva entraba en aparente contradicción con la anterior. Ahora se trataba de abandonar la acción directa, contribuir a la Unidad Nacional y reafirmar a Perón como la "conducción estratégica" de todo el movimiento, incluyendo a los jóvenes rebeldes. Como el propio Vittar lo reconoce hoy, todavía las condiciones no estaban maduras para comprender -con la urgencia del caso- este paso histórico de la resistencia a la convivencia.
En ese mismo viaje de retorno, hubo un gesto del General que sellaba esta difícil transición. Cuando el comandante de la aeronave anunció que habían ingresado a cielo argentino, todos los pasajeros se pusieron de pie y comenzaron a entonar la Marcha Peronista. En ese instante, Perón dejó su asiento, ingresó a clase turística donde se encontraban el grueso de los pasajeros y pidió silencio:
- "No muchachos, la marcha divide:...cantemos el Himno Nacional que es de todos los argentinos".
Carlos "Chango" Funes, Perón y la Guerra Sucia, Catálogos-Documentos Críticos, Buenos Aires, 1996, p. 97-102.
(*) Sobre esta poco recordada iniciativa de Perón, ver p. 1120 del libro de Norberto Galasso.
Un par de reflexiones: sobre los interrogantes planteados por Funes en los primeros párrafos citados, yo arriesgaría que la cúpula militar intentó demorar lo más posible el acceso de Perón al poder, quizás evaluando la proximidad del fin de su ciclo biológico y con vistas a generar las condiciones más adecuadas para la "guerra contrarrevolucionaria" para la que las FF.AA. se venían preparando desde hacía casi 15 años, como lo demuestra el documental de Marie-Monique Robin. Y que acompañaría a partir de 1976, un plan político y económico muy alejado del que fue votado masivamente por el pueblo en marzo y septiembre de 1973.
Y sobre el giro "pacificador" de Perón en la época de su regreso, diría que tiene que ver con la certeza de la proximidad de su vuelta al poder, ante el fracaso de las estrategias de la camarilla militar para impedirla. También, con la asunción de su rol histórico y quizás con su intuición o conocimiento del destino que los poderes internacionales tenían reservado para la Argentina.
En fin, estas últimas son sólo reflexiones de un bloguero aficionado. Pero me quedo pensando en la eterna e imperturbable sonrisa del general Alcides López Aufranc: "Con la sangre se aprende mucho".
P.S.: Gracias a Hernán, que alguna vez mencionó el libro de Funes y me motivó a buscarlo.
Un presentimiento
Hace 24 minutos.
3 comentarios:
Muy bueno el análisis de Funes y muy bueno el post refrescando la memoria.
No se que decir, Rafa.
Hay por un lado la aplicación del plan socio-económico con la vuelta efectiva del peronismo al poder, haciéndose cargo de la fuerte puja distributiva y finalmente, el conseguir doblegarlo (Ricardo Zinn - Rodrigazo).
Ahí se logra tirar al fin la línea económica hacia el Proceso.
Y hay la puja infernal Montoneros-Triple A, de la cual termina sacando rédito el Proceso, como "solucionador final" del conflicto, con el aval del agotamiento de la gente.
Como bien apuntás, hace rato se venía introduciendo en el Continente la Doctrina de la Seguridad Nacional.
Ahora, como le comió López Rega la cabeza a Perón es una espina imposible de subsanar.
Como le hicieron el juego los Montos/Erp a la "entrada triunfal" de los milicos; otra.
Quizás, los "nuevos oficiales" los calmaron a los viejos (en retirada) con un:
-"Quedense tranquilos, ellos por si solos (el peronismo), nos están allanando el camino.
Solo le metemos en un tiempo a Zinn en economía y nos queda el plato servido".
Es posible que la edad biológica y el haber frecuentado reuniones masónicas en el exilio lo terminaran jodiendo al General?
Voces:
Muchas gracias por tu visita y tu comentario. Un gran abrazo.
Daniel:
Yo también sigo teniendo muchas dudas y la sensación de que toda esta etapa de nuestra historia está llena de "agujeros negros". Lo que creo que está bastante claro es que Perón era enemigo de la Doctrina de la Seguridad Nacional o sea de la "guerra antisubversiva". Lo demuestra su oposición absoluta a poner la represión en manos de los milicos. Pero quizás su decisión de manejar la acción guerrillera como un problema policial le terminó abriendo camino a los planes de López Rega, con el ascenso de Villar o el armado de la Triple A (donde estuvieron claramente metidos los servicios de inteligencia de las FF.AA., como lo demostró p.ej. Rodolfo Walsh).
Es como vos decís, el poder que adquirió el Brujo sobre Perón es una espina imposible de tragar. Yo creo que tras la muerte del General, López Rega quiso afianzarse en el poder demostrándole a los militares que él podía hacer el "trabajo sucio" de la lucha antisubversiva. Y después intentó seducir al "establishment" con el plan de Zinn - Rodrigo (me ocupé de ese tema aquí). Ahí el movimiento obrero se le puso de frente, y su huida coincidió con el inicio de la cuenta regresiva para el golpe.
Lo de Perón y la P2 es otro tema. Según el libro de Funes, Perón con su acercamiento a Licio Gelli quiso tener de aliado a un sector de la masonería que quería romper el predominio de la logia británica, que según él había contribuido al golpe del '55. Pero de vuelta, el que tenía los vínculos más fuertes era el Brujo (además de personajes como Massera, Suárez Mason...). También Galasso se ocupa del asunto y atribuye el contacto de Perón con la P2 a su idea de atraer capitales europeos para balancear las presiones yanquis.
En fin, todo esto sigue dando para un rato largo. Gracias y un gran abrazo.
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