Desde ya me declaro amante del fútbol bien jugado. Pero eso pasa a segundo plano cuando juega Brasil. A pesar de mi corazón latinoamericanista las derrotas brasileñas me alegran, seguro que algo de envidia hay en eso. Pero a la alegría culposa que pude haber sentido el sábado se superpuso la alegría sana de ver jugar a Francia. Y sobre todo a ese gigante que se mostró con todo el esplendor de su talento: Zinedine Zidane. No me interesan el ballet, la danza moderna, la expresión corporal, nada de eso. En cambio el fútbol, jugado de esta manera, es para mí la mayor de las emociones visuales. El espectáculo que dio Zizou me conmovió hasta las lágrimas, esas mismas lágrimas de alegría que me surgieron cuando el 6-0 de Argentina a SyM. Digo yo, ¿habrá muchos franceses que disfruten de la belleza de este juego, como podemos disfrutarlo p.ej. Juan Sasturain o yo?
Y qué compañía que tuvo Zizou: el enorme Vieira, el corajudo Scarface Ribery, Sagnol, Thuram, Makelele...y ese artista del área, Titi Henry (ídolo de mi hijo de 14 años). Del otro lado, una larga lista de estrellas devaluadas, que sólo por sus nombres hicieron más grandioso el triunfo de los azules. Si lo mencioné a Juan es porque él ya había llamado la atención sobre Francia, cuando
se clasificó con angustia en su zona; ahí escribió "... el maestro Zinedine, hijo del Magreb, tan maltratado ahora que espero vuelva para hacer callar a varios..." Y Zizou le dio el gusto. Qué bueno que los charlatanes enemigos del fútbol tengan que tragarse sus palabras. Transcribo la columna que sacó Juan en Página/12 de ayer, que me representa casi totalmente (él no tiene la mala leche que tengo yo con la verdeamarelha). El sentimiento es el mismo, la calidad la pone él. Y ahora que estamos afuera, ojalá que este Mundial lo gane Francia. Esta Francia con tantos colores y nombres diversos, que tan mal le caen a algunos de sus connacionales, esos que se identifican con el racista Jean Marie Le Pen. En fin...¡Allez les bleus! ¡Allez les vieux!
Asuntos internos
Desde la casa
Se dicen tantas boludeces... En esta doméstica columna también, claro. Pero trato de que sean boludeces –adhesiones y repudios– de cabotaje, referidas a cuestiones del juego: gustos, pareceres, afectos y desafectos espirituales. Discusiones de estética y del corazón –incluso éticas, perdonando la palabra– entreveradas con el fútbol, que es lo que nos gusta e interesa. El fútbol como juego, la competencia y el desempeño de sus actores. Es decir: lo que pasa dentro de la cancha. Cuestiones internas, si se quiere. Por eso, si a veces nos salimos del fondo verde y sus inmediatos alrededores para soltar un exabrupto respecto de personajes ajenos –tan ajenos como nosotros, claro– al juego mismo, es porque las boludeces dichas (y ajenas) trascienden largamente lo futbolero e implican juicios soberbios, apreciaciones arteras, mezquindades y pequeñeces que califican sólo a quienes las profieren (Quedó muy fuerte y retórico esto último, parece...).
Viene a cuento porque, después del hermoso Francia-Brasil y “sin querer queriendo” –como decía el filósofo mexicano–, es el momento de taparles la boca a los imberbes enterradores de Zinedine, el Maestro, que soportamos y denunciamos en su momento, tras los primeros partidos. Cualquier lector de Edgar Poe sabe lo terribles que son los entierros prematuros. El Sub-35 que tanto nos gusta y bancamos desde estas endebles columnas –llegue hasta donde llegare, de aquí en más– jugó ayer durante una hora larga el mejor fútbol que se ha visto en la Copa del Mundo. Sobre todo porque fue ante Brasil, que es Brasil, siempre. Y porque de la mano –decir “de los pies” en este caso es lo mismo– de Zizou y con la jerarquía soberana de los dos pistones del medio –Vieira y Makelele– más la fineza agresiva de Henry y el acople del resto mostraron cómo se sale jugando de un partido trabado.
Hay un dato revelador. El partido fue bueno porque había grandes jugadores de los dos lados –cinco, por lo menos, de los diez mejores del mundo estaban ahí–, ya que los planteos de sus técnicos fueron igualmente poco generosos, excesivamente cautos: sólo un delantero pleno de cada lado, y un festival de volantes. Llegaron muy poco para lo que jugaron. Hace un par de décadas o ayer mismo, sin Domenech y Parreira sino con tipos menos especuladores a la hora de plantar el equipo, era un partido de cinco goles. Y sin embargo alcanzó con lo que hubo, fue hermoso.
Francia venía al Mundial con problemas, de “asuntos internos” fuera de la cancha: recelos, rumores, puterío, camarillas, rencores. Eso no nos importaba ni nos importa ahora. Ayer los “asuntos internos”, dentro de la cancha no fueron el problema sino la solución: el lado interno del pie derecho de Zidane desde el piso de Munich, el lado interno del pie derecho de Henry en el aire (¡qué definición!). La pelota voló 25 metros de uno a otro, sin interrupción, y terminó en la red. Y eso no lo hizo el planteo táctico de Domenech sino la soberbia calidad de dos intérpretes, dos jugadores de fútbol.
La última: nos gusta que haya ganado Francia por cómo juega, pero no nos alegra la derrota de Brasil. A mí me encanta cuando les ganamos nosotros... Antes que Alemania o Italia, preferiríamos que siguieran ellos. Porque nos gusta el fútbol. No participamos tampoco de ningún entierro prematuro del Gordo y de Kaká, o de la subestimación de Ronaldinho, jugadorazos. Acaso entierren dentro de un tiempo y con todos los honores a sus laterales, uno a cada costado de la línea, en el Maracaná. Pero ya está. Hoy fue la fiesta azul de Zizou: humille, Maestro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario